Existe una forma de quedarnos para siempre con alguien: tentar conversaciones incómodas, sobrevivir a las verdades, no huir. No pido nada a nadie, excepto una cosa: que no juegue al fantasma, la desaparición solo denota una inmensa cobardía, conlleva mucho dolor, es algo muy hueco. En una pared, afuera de un café cerrado desde hace meses está pegada una alerta Amber, más adelante solo veo oscuridad, en la esquina más lejana se divisa una luz intermitente, una librería: La Polilla, buen nombre, la calle de Frontera en la colonia Roma está demasiado negra, dicen que venden “literatura latinoamericana”, provoca risa el mote, desde las clases en la facultad veía con mucha desconfianza a sus promotores. Veo demasiados libros americanos, están casi todos los de la gran narradora Cristina Rivera Garza, que lleva casi toda su vida narrativa viviendo en USA. Escucho la voz de Ricardo que hace eco en una escalera polvosa y arruinada, está contando cómo la existencia lo estrelló con la Literatura. Lo veo más alegre que la última vez, lo recuerdo entre más de 2500 personas porque desde leí sus cuentos era evidente que era escritor. Ricardo ya no tiene miedo, lo perdió cuando quiso suicidarse, lo habla con esa amorosa naturalidad digna, esa que solo habita en personas valientes. Habla sin filtros sobre el abuso de sustancias, trastornos mentales, sobre el narcicismo que le rodea, sobre el dolor que habita en su mente, también sobre el profundo amor que le ofreció la vida la madrugada que decidió quedarse entre nosotros. No importa quién lo edita, siempre es lo de menos, no lo descubrieron, lleva trabajando más de 25 años en su escritura. Escritor desde niño, lo confirmó su maestra de primaria que estaba ahí para escucharlo, una hermosa y lúcida señora con la que pude hablar al final de la presentación de su libro de crónicas El Santo del Crack, ella dijo que desde que lo conoció sabía que él estaba destinado a narrar, compartimos la misma sensación. Recuerdo al Ricardo silente al fondo del salón, nunca puso una excusa para entregar un gran relato breve en iugar de la aburrida tarea de Teoría Literaria. Con sus ojos llenos de asombro nos daba a todos el respiro en aquella prisión en la que un puñado de aspirantes a escritores prefirió leer al tontente y cursi Cortázar y no a Henry Miller. Sam, Alberto y Ricardo fueron los únicos que protestaron, el día señalado para comentar la lectura afrontaron que no lo leyeron, lo celebro, por eso los recuerdo entrañablemente. La noche se diluye entre agua de lima, recuerdos, silencios y la promesa de ir juntos al karaoke a cantar El Triste de José José, hablamos de permanecer pese al panorama más extraño, desatroso, duro. En ese abrazo de despedida temporal le recuerdo que no basta prometer, hay que cumplir. Jugar al fantasma es de personas vacías, me lo enseñó Ricardo la noche que entendió que no podía largarse sin dar la cara a los que le aman o amaron.
Susana Iglesias*
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)