¿Sabe quién fue Eulalia Guzmán? Son las 7:08 de la mañana, la avenida está cargada de autos con prisa, la ciudad acaba de abandonar la oscuridad, el taxista lanza la pregunta, le digo que no sé. ¿Cómo pasó la primaria entonces?, fue una arqueóloga que descubrió los restos de Cuauhtémoc. Él conoce la zona, no es conductor de aplicación, serpentea por calles, da un revés suicida hasta llegar a la esquina de Lerdo. Un paisaje del fin del mundo anuncia el episodio séptico en el que se encuentra la esquina de la Clínica 27. Imposible creer que aquí donde trabaja María se albergó la Vocacional 7 en 1964; el ex presidente López Mateos la inauguró, cuatro años después, Echeverría donó el edificio al IMSS. La zona está con problemas legales, el proyecto para demoler, remodelar e iniciar una reestructuración del inmueble: suspendido. Cerca de la zona se han construido dos centros comerciales, Puerta Tlatelolco y una deprimente plaza comercial en la avenida Flores Magón 210. La zona tiene importantes problemas de agua, delincuencia, drogas, feminicidios. ¿Ya olvidamos el crimen de Ingrid Alisson en el edificio Allende de la unidad Nonoalco Tlatelolco en noviembre de 2018? Sigue impune, la presunta asesina Melissa “N” encontró la muerte a manos de un gatillero en la colonia Santa María la Ribera. Parece más importante un Walmart que resolver los urgentes problemas de la zona. Nos hemos convertido poco a poco en una ciudad en la que las plazas comerciales parecen ser el único negocio de convivencia de los ciudadanos. María deseaba ser enfermera desde los seis años, es la más dedicada que he conocido entre más de 15 que observo en los últimos días. Me pregunta por qué estoy ahí, intento contarle, no puedo, ella respeta mi silencio, no existen muchas personas así. Me cuenta sobre su madre.
—Ya no está. En el transcurso de los días se complicó. Diagnóstico: embolia pulmonar, diabetes descompensada, más una cardiomegalia, más la edad. Síndrome metabólico, obesidad mórbida. Es más fácil decir lo que no tenía a lo que tenía.
—¿Cómo se llamaba?
—Jacinta.
—¿Te apoyó para ser enfermera?
—No, me decía que estaba loca. Le decía: quiero estar con los enfermos, quiero ser la que ayuda a los doctores, quiero estar con ellos. Al final la cuidé bien por eso, por ser enfermera.
Su cabello está bien cuidado,castaño claro, recogido en un moño verde, tiene ojos expresivos, no cuida la cama que vigilo desde hace unos días, cuida a la de enfrente y está a cargo de la mitad del pabellón anterior. La conocí consolando a una señora de 87 años que grita de vez en cuando que la quieren matar: maldita, desgraciada, eres de la vida galante como todas aquí, me voy a morir, sácame, quítame esto.
—¿Qué quiere que le quiten?
—Las vendas, se lastima sola, se rasguña. Tiene demencia senil. Nadie de sus hijos ha venido a verla, tiene seis, fue su cumpleaños el 15 de mayo.
El camillero se detiene, estamos en el pasillo en el que hay señal para los teléfonos, esperando que los de limpieza saquen la basura, limpien y cambien algunas sábanas de las camas. Es un hombre grande, mide más de 1.80, sus brazos son un mazo inquietante, están tatuados pin-up, el copete es un perfecto ass duck engominado con alguna cera, lleva una Coca-Cola sin azúcar en el bolsillo de la bata, se pone a cantar una canción de Roy Orbison, Pretty Woman.
—¿Desde cuándo te gusta el rock?
—Desde chamaquito, muñeca.
—¿Inglés o en español?
—¿Qué pasó?, el rock va en inglés.
Me cuenta que antes se dedicaba a promotor de tiendas de abarrotes, un amigo llamado Ismael lo metió a trabajar ahí, le vendieron la plaza.
—La verdad es que fue pura labia, “ayúdame, te la voy pagando”, solo le di una parte, no era buen amigo, me bajó a mi chava.
—¿Qué tal el trabajo?
—Sí me gusta, estoy bien mamado, ¿a poco no? Tócale, vas, sin miedo, nena. Aquí hay con queso las papotas.
—No como queso, ¿qué tal que me gusta?
—¿De negro, malota y tan miedosa?
Nuestras carcajadas estallan en el pasillo, dos días atrás me parecerían ofensivas. Ahora entiendo que hay que reír cuando se enfrenta algo demoledor. Carolina cuida a su madre que tiene cáncer en el estómago, vomita todo, tiene 75 años, era bailarina de danza regional. Una foto de ella está pegada junto a la cabecera con una cruz.
—Mi mamá baila bien bonito, mira su foto, yo quiero que Dios me la regrese con vida a casa, quiero que me hable, ya casi no habla. Está muy débil, no come, no quieren ponerle dieta líquida, lleva seis días sin obrar, no hay fecha para el estudio que le quieren hacer.
Un hombre de aproximadamente 28 años con la cara y los párpados tatuados que habla en spanglish por celular en el pasillo pregunta indicaciones, quiere llegar a la colonia Roma. En algún momento nos miramos. Lo sigo, estamos en el mismo pabellón. Ex pandillero cuidando a su madre. Una mujer de 67 años tiene una pierna cortada, la otra luce enormes heridas, sus pies tienen llagas, tiene un respirador, sujeta un envase de refresco que tiene agua, sus ojos están desorbitados, murmura algo inteligible.
—Se pone mal si le quitan su refresco.
Me muestra, se lo arrebata suavemente, grita, dan ganas de llorar, no sé en qué nos convertimos. Son las 7:04 de la noche, el hospital me escupe la muerte de los otros en la cara, no puedo limpiarme de lo que llamo: “el gargajo de la realidad”, debo conservar este momento para entender el dolor, cuando los que amamos sienten dolor sin que podamos evitarlo, no hay nada que nos pueda dar esperanza. Me gustaría tomar un taxi, van ocupados. Estoy cansada de hablar con personas miserables, estúpidas e ignorantes. Estos hospitales son rastros. Camino hacia el Metro Tlatelolco, en las ruinas del cine un perro permanece solo y hambriento con signos de maltrato animal, a nadie le importa excepto al sin techo que le da cacahuates por una rendija. Busco la forma de sacarlo, no existe. Tal vez morirá. Me deslizó en el tubo hacia San Miguel Chapultepec, iré a visitar a un amigo, un viejo tigre siberiano.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)