Permanece desde los años treinta, dios vodka quiera que su nostálgica fuente nos anegue para siempre, que no permita que nada perturbe la esquina en la que dos puertecitas abren sus divinos brazos para recibirte en otra dimensión. Por sus paredes no ha pasado el tiempo, algo se detiene cuando pides la primera cerveza…desde que te sientas en alguna de las pequeñas mesas, tan cercanas unas entre otras, inicia el ritual: hermanarse en conversaciones, destinos, dolores y alegrías. Ella me encontró una tarde mientras caminaba por la calle de Campeche en la colonia Roma Sur y el cruce con el Eje dos Poniente #254. Durante aquella época frecuentaba lugares que hoy no existen, han sido demolidos por la sarnosa gentri que devora todo…hasta los recuerdos a los que nos aferramos como ese perro que huye con un trozo de carne en el hocico, ese al que el carnicero corretea por todo el Mercado de Medellín: cada vez más feo, caro, invadido de masiosares. Cuando quieras sentir una profunda alegría no dudes en atravesar las puertas de La Villa de Sarria, portentoso lugar que jamás acepta reservaciones, si llegas temprano, alcanzas lugar, ¿llegas tarde? vas a esperar, mucho o poco, depende de la sed del día de seres devotos que brindan al grito pelado de: ¡Agua mi niño! cada vez que Juanito, Martín y Jorge: hombres a cargo del barco ebrio tiran una cerveza para alguien en mesa o barra. La familia Errejón la fundó, eligió su nombre en honor a una provincia en Lugo, Galicia, lugar en el que abundan truchas en sus ríos caudalosos. Muchos peregrinos inician el Camino de Santiago en Sarria. Antaño, los caminantes se ataviaban con largos hábitos, llevando una calabaza hueca atada un palo, ¿qué hacían con ella? rellenarla de vino en las casas, posadas y tendajones de la Calle Mayor de Sarria. Alguna vez vi una calabaza hueca en la barra de La Villa de Sarria, en aquellos años no entendí qué significaba. Los Errejón la traspasaron a la familia Armas. Aquí la comida se sirve bien, todos los que están tras la barra: generosos, amables, de gran oficio.
La vieja rockola repite canciones de José Alfredo o José José…porque el tiempo tiene grietas, porque grietas tiene el alma. Buscando lo que ya no existe nos encontrará un nuevo destino. Aquí estuve con mi brother y su compañera hace unas semanas. Comimos ceviche de sierra, sopa de hongos, sí llevaba jitomate, cosa rara en estos tiempos, quesadillas fritas de papa que acompañamos con salsa de habanero-limón. Hace muchos años probé carne de res con chile morita y guajillo que me recordó a mi nana. Bolas, cañas, tarro & mega tarro a precios accesibles. La barra de mosaicos blancos con azul rey e infaltable canaleta: un clásico. Hermoso cariño suena, me recuerda a ellos en su clase de música, alguien que los ama en La Villa de Sarria espera por ellos frente a un tarro de agua mineral…cuando salgan comerán pizza, reirán hasta que les duela el estómago gritando y jugando Dis-pa-re-jo…