Política

Dementia

“No se tiene un trastorno, se es un trastornado”, escuché decir a un hombre que presuntamente empujó a su madre anciana de 89 años, ella murió debido a esa caída. Suprimen la realidad, suprimen afectos, no existe vida interna, existen bajo el amparo de una racionalidad torcida, “no siento las cosas, no siento nada, existo porque me dicen que existo”. La locura no duerme, me lo acaba de decir, estamos sentadas en el mismo pabellón, escuchamos a estos seres de ojos vacíos, miradas indolentes, otro ser los habita.

Espero a “N”, la darán de alta, estoy en la sala de urgencias del psiquiátrico Fray Bernardino, fundado en 1967, llamado así en honor a Fray Bernardino Álvarez, hombre que renunció a su pasado de juerga para convertirse en un ser compasivo hacia los “endemoniados” (enfermos mentales) y los ancianos que morían de formas terribles y deambulaban en las calles de la Nueva España.

Fundó el primer hospital psiquiátrico de América: San Hipólito, cerca de la zona del Metro Hidalgo en el Centro de la Ciudad de México. Llevo horas esperando, me pone nerviosa ver estos rostros, no quiero cruzar miradas, no quiero ver su vacío.

La historia de “N” es compleja, madre narcisista, el padre un tipo ausente, desobligado, violento, un drogadicto social al que le aplaude toda la ideología pro-newage del siglo XXI, en lugar de terapia, consume gotas de CBD para apagar su paranoia y hace Reiki por las noches antes de insultar a “N” por teléfono. Sin ningún apoyo confiable, ella eligió el camino del suicida.

Hace unos días le dije que quería hablar de cómo la mente se resquebraja y puede acabar con las personas, ella me alentó a escribir esto… “si tan sólo pudiera cambiar las cosas, debí largarme de casa a los cinco años”, fue lo último que escuché de ella la tercera vez que se internó, no supe qué decirle, ¿qué necesitaba escuchar de mí?, ¿hasta dónde llegan nuestros límites con los otros?, ¿cómo ayudamos a los que amamos?

Pienso en esto mientras veo a una chica que está sentada junto a una mujer mayor, lleva los brazos llenos de cicatrices de suturas, la muñeca izquierda vendada. La patología de la personalidad narcisista es grave, son seres ultranocivos, dañan todo lo que tienen cerca e incluso lejos.

Me sorprende que las personas del siglo XXI, con tanta información a su alcance, tomen a la ligera a estos parásitos que drenan hasta matar, hasta aniquilar al otro, nada es real en sus vidas, todo es una eterna mentira. Difusas fronteras entre narcisistas y antisociales. Los segundos son más peligrosos, sus estructuras también son narcisistas, con el SuperYo aniquilado son capaces de todo.

Las redes sociales han amparado con admiración los trastornos mentales, les parecen grandiosos el energista y la influencer, creen en la “filósofa” narcisista “budista” de IG, es más fácil y barato scrollear que afrontar e ir a terapia. Es más fácil creer que “atraemos” lo que nos sucede en lugar de pensar que existen sistemas de opresión y violencia.

Susana Iglesias

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  • Susana Iglesias
  • Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)
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