¿Qué es capaz de hacer el ser humano con tal de adquirir una identidad colectiva o lo que es lo mismo, de pertenecer a un grupo?
Asociarse en grupos fue uno de los factores que permitió la sobrevivencia humana y seguramente, su evolución, al considerar la división de roles, la convivencia e incluso la felicidad que puede producir vivir en una comunidad de la que la persona se siente parte.
En contraste, la identidad grupal también ha provocado guerras y holocaustos, segregación y discriminación.
¿Qué pasa con esa identidad colectiva actualmente, cuando la conexión a internet puede ser todo lo que necesita una persona solitaria para sobrevivir?
No podría comprenderse el surgimiento de los retos virales, si no es porque hay una necesidad de pertenecer y encajar en una tendencia de una colectividad. No es de sorprenderse que si se le ofrecen cinco mil pesos a un adolescente si logra el reto de permanecer 15 minutos debajo del agua, sin respirar, éste se lo tome en serio.
La necesidad de figurar y pertenecer al grupo “popular” explica también por qué una adolescente podría golpear hasta provocar su muerte posterior a otra adolescente, mientras es animada por su colectividad.
Las explicaciones científicas sobre por qué en la adolescencia no se miden los riesgos, salen sobrando y me sentiría apenada de incurrir en errores explicativos innecesarios, pero exponen con bases científicas por qué alguien sería capaz de arriesgar o privar de la vida, con tal de lograr una identidad colectiva.
¿Y qué motivaría a una persona adulta a su autodestrucción con tal de pertenecer a un grupo?
Pensemos en el crimen organizado: jóvenes que encuentran en los grupos delictivos una identidad (tal vez nunca antes percibida), aunque eso les cueste en el mejor de los casos la libertad y en el peor, la vida misma.
Poco tiempo pasará para darse cuenta que no hay glamour, que no hay diversión eterna, que no se vuelve a dormir con los dos ojos cerrados, que se camina al filo del peligro que roba cualquier normalidad conocida. Y sin embargo, asumen a su grupo como su colectividad. ¿Quién decidiría conscientemente vivir en la miseria humana y social?
En un escenario parecido están quienes apoyan sin pensamiento crítico a un sistema o partido político. Aquellos que apoyan a ojos cerrados las decisiones de la o el líder, aunque ello cueste su presente y el futuro de sus hijos, aquellos que no logran comprender que las determinaciones en materia de medio ambiente tienen un impacto definitivo en el planeta, que no dimensionan que las disposiciones en salud le alcanzarán tarde o temprano y tal vez de la peor forma; o bien, que la disolución de instituciones romperá todo orden establecido y le privará de medios de asistencia como por ejemplo, en seguridad.
¿Quién conscientemente apoyaría la decisión de dilapidar el patrimonio nacional construido durante varias generaciones y comprometer las oportunidades de bienestar actuales y de las generaciones futuras?
¿Quién quemaría conscientemente la figura (con identidad manifiesta) de una mujer en pleno siglo XXI en la plaza principal de una nación, si no es por el deseo de pertenecer?
Y si hay que pertenecer, los cocodrilos vuelan, bajito, pero vuelan. ¿O no?
Sophia Huett