Mi optimismo se esfumó cuando el sonido del viento, el cantar de las aves y el correr del agua de un río me hizo comprender que estábamos lejos de cualquier pueblo. El calor y la deshidratación me hacían sentir física y emocionalmente consumido. Mi compañero pidió agua y para nuestra sorpresa, nos dieron una botella que habían llenado en el río. Aprovechando ese acto “humanitario” les pedimos que nos liberaran.
“Como ustedes, nosotros también cumplimos órdenes”, dijo uno de manera cortante.
Por la tarde recibieron la orden de matarnos: “nos iba a cargar la chingada” al llegar la noche.
Nuevamente viajamos una hora de camino por terracería; en algún momento escuché el tono de mi celular proveniente de la cabina del vehículo, pero todo era muy confuso.
Nos arrastraron, golpearon y esposaron al tronco de un árbol, mientras bajaban una garrafa de combustible para quemar nuestros cuerpos después de dispararnos.
Uno de ellos cortó cartucho y se acercó a mi cabeza. Era mi último momento.
“Vienen los federales”, gritó uno de ellos, mientras se escuchaba la llegada de varios vehículos. “Policía Federal ¡deténganse!”, gritaron los compañeros entre voces que me parecían irreales. Comencé a perder la consciencia de lo que estaba pasando, envuelto en una nube negra de desaliento y ensordecido por el intercambio de disparos.
Era increíble: nos encontraron en el lugar y momento en el que estábamos a punto de perder la vida.
Pocos en número, pero con la fuerza de la autoridad, tan solo al percibir su presencia, los delincuentes comenzaron a correr. Yo no sabía si estaba vivo o muerto, o cierto es que volví a nacer.
Recibimos atención médica, la llamada de nuestros mandos y Jefe de División, hablamos con nuestras familias y nos resguardaron en un hotel de Uruapan. Al día siguiente un avión de la Policía Federal nos llevó a la Ciudad de México, donde conocimos todo lo que se había hecho para lograr nuestro rescate, incluyendo que quienes habían llegado al punto eran compañeros de la División de Seguridad Regional, quienes sin titubeo o esperar refuerzos, acudieron a nuestro rescate, en un reflejo del actuar de toda una institución que nunca deja atrás a los suyos.
Estuvimos a segundos de morir. Lo evitaron grandes héroes, fieles compañeros.
Extracto del relato del Subinspector Delgadillo, quien fuera integrante de la División de Investigación.
Sophia Huett