Edwin tiene tres añitos y un papá que es el principal sospechoso en el supuesto robo de un camión de ruta. Este mediodía, la mirada curiosa del pequeño se clava en el pasillo de la Vicefiscalía, donde está mientras su papá declara que no robó nada, que es inocente, que en todo caso, a él le robaron la cartera y el autobús que conducía.
Los ojos del niño, bajo la cachucha de Toy Story, se plantan ahí en el pasillo que da a la oficina del Vicefiscal porque ahí es donde piensa vaciar su mochila de Toy Story, con los juguetes de Toy Story.
Entonces, la nueva sala de juegos de Toy Story queda inaugurada frente a la mirada incrédula de escoltas armados.
El pequeño saca una papa con nariz y orejas, un perro con cuerpo de resorte, un marciano de tres ojos y otros juguetes.
Si Edwin hubiera venido un día antes, desde el segundo piso donde se encuentra ahora jugando, podría haber visto lo que yo vi:
Un hombre y una mujer subían rifles a un automóvil rojo. Vestidos de civiles, los jóvenes policías fingían ser una pareja: el montón de armas largas iba cubierto de una colcha y equipaje como de recién casados.
Debió tratarse de una operación normal porque el señor que vende las gorditas al carbón en la Vicefiscalía no se sorprendió.
Eso podría haber visto Edwin si hubiera llegado antes. Pero seguramente no lo hubiera notado porque no le llaman la atención las armas o, quizá, porque como gran parte de los mexicanos, se acostumbró a estas.
Ni ahora que entran policías con pistolas al cinto y rifles al hombro, los voltea a ver. Como dije antes, su mirada curiosa se clava en otro lado, un sitio donde un astronauta le dice no sé qué cosa a un vaquero.
Un mundo más adecuado para un niño.
Uno de los más grandes estudiosos de la mexicanidad escribió: “Al pasar los soldados / salía la gente a mirar inquieta / hasta el tren de mulitas / se detenía oyendo la trompeta”.
Se trata de la crónica musicalizada de una ciudad pobladísima y desde entonces violenta. Sí, violenta pero con capacidad de asombro.
Mi México de ayer del gran Chava Flores nos dice lo inusual que resultaba ver a gente armada en la calle, en este caso, a los soldados. Precisamente, ese es el México de ayer, o el de antier porque aquellas letras nostálgicas fueron escritas hace muchos años.
En fin, la canción y esta mirada indiferente que tiene el pequeño Edwin me dejan pensando.
Sergio Gómez/@sergomezv