Han pasado más de 10 años desde que Genaro García Luna dejó de ejercer el cargo de secretario de Seguridad Pública. Su nombre era sinónimo de poder desde inicios de los años 2000 cuando encabezó la creación de la Agencia Federal de Investigación (AFI).
Gobernar buena parte de este país, si no es que todo, demanda de las personas clave un trabajo que muchas veces choca con el ideal de la ética. Lo saben quienes han estado en funciones municipales, estatales y federales. Bajar al territorio es bajar a encontrarse con la realidad de los poderes fácticos encabezados por el crimen organizado.
En Tamaulipas, justa o injustamente, no lo sé y no quiero caer en adjetivos, tenemos dos ex gobernadores detenidos, un virtual gobernador asesinado -acto que llenó de dolor a nuestro estado- y uno más con orden de aprehensión. Esa realidad refleja buena parte de los últimos 24 años de un estado cuya posición estratégica clave para el comercio internacional también significa uno de sus más grandes pesares.
370 kilómetros de frontera, 17 cruces fronterizos, tres puertos y 420 kilómetros de litoral con el Golfo de México marcan una dinámica compleja para un estado de gente excepcional.
Hay quienes se atreven a señalar que en la política tamaulipeca no hay lugar para la decencia en muchas de sus funciones. Lo que es indudable es que hacer política en esta tierra es sinónimo de arriesgar la vida.
Basta ver el número de unidades que cuidan a los gobernadores, son muchas más patrullas de las que se ven en las calles de su capital Victoria.
Desde Nueva York llega un mensaje para todos los funcionarios, para familiares y personas de negocios. El Estado de derecho en México es una de las grandes deudas pendientes, pero en Estados Unidos no lo es tanto.
Insisto, lo de García Luna es la historia de un hombre poderoso que hoy se defiende como puede. No basta una transición política pacífica de un gobierno a otro ni los reconocimientos de agencias u oficinas de Estados Unidos.
Hoy que está arrancando una nueva administración en Tamaulipas, llega una advertencia desde una corte en Brooklyn. Hoy que las oficinas pueden deslumbrar por el poder, que algunos pueden llegar a ver la actividad pública como negocio o que las ambiciones políticas de los más cercanos pueden dar lugar a excesos, es momento de pensar más allá de lo inmediato. Si se obra mal, el miedo al dejar el poder ya no dura solo un año o un sexenio, dura más de 10 años. La coyuntura siempre cambia.
Saúl Barrientos