Tenemos que partir de un dato: ocho de cada 10 mexicanos no confían en los partidos políticos. Estamos hablando de las instituciones sociales más desacreditadas de México, tal y como lo señala el Informe País 2020 que realizó el Instituto Nacional Electoral y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en México.
Los partidos alejan a los ciudadanos, esa es la realidad; y bajo esa premisa tenemos que ser claros, las dirigencias municipales, estatales y nacionales de los partidos y de sus organismos ya no aportan votos; por el contrario, pueden llegar a significar pérdida de votos.
Esto no es nuevo, lleva muchos años siendo así; sin embargo, poco se ha entendido por falta de sensibilidad social, por inercias o porque el ego no se los permite.
El esquema funcionaba cuando realmente había un monopolio de las estructuras sociales, cuando prácticamente había un partido único, y representaciones abrumadoramente mayoritarias, por no decir únicas, de taxistas, maestros, campesinos, trabajadores, jóvenes o cualquier otra expresión.
En aquellos momentos se comprometía el apoyo con el discurso del líder o el cacique. Pronunciadas aquellas palabras, la masa de agremiados respondería al llamado que ahí se les hiciera.
El escenario cambió, los monopolios se fraccionaron y ahora hasta personas que movilizan los propios partidos acaban votando por otras opciones.
Entender el nuevo papel del partido es fundamental. El partido, sí como instrumento de organización, pero más como instrumento de ciudadanización con la promoción permanente de la oferta por la que vota el electorado cuando los elige.
El partido, sí en el discurso pero, más que como protagonista, como vocero en temas que no reditúen electoralmente a las y los candidatos.
Es privilegiar el criterio de la rentabilidad electoral por encima de las viejas costumbres. La mayoría de la gente no recuerda quién presidía Morena cuando ganó el presidente López Obrador.
Ni entonces ni ahora la presidencia del partido aportó un solo voto. En estos tiempos, un partido se debe ver poco, pero se debe dejar sentir.
Ante el descrédito, los partidos y las organizaciones políticas requieren de una nueva dinámica moderna y ciudadana; o seguiremos viendo altos índices de abstencionismo.