Convierten en actores cruciales que deterioran la democracia; ciertos partidos parecen tener siete vidas dado que vemos que algunos no mueren mientras que otros resucitan con nombres nuevos al tiempo que ésta crisis aqueja la vida del país y al sistema democrático. No obstante, estas acciones han generado reacciones en los ciudadanos al sentirse atropellados por el abuso de aquellos que ostentan el poder, indudablemente con algunas incapacidades al gobernar producto de una mala escuela que ha forjado dirigentes corruptos, autoritarios e incluso especialista en engañar a sus simpatizantes y a los ciudadanos. Se han transformado de un órgano político cuyo fin era atender y servir a la sociedad en un supermercado de compra del voto, e incluso van en contra de sus propios dirigentes que tienen una causa y con ella buscan resolver las demandas y necesidades del pueblo, lo que resulta en su proceso de segmentación interno del partido creando conflictos de toda índole e incluso fragmentándolo, lo que podría impedirle ser visto como un movimiento social, participativo y democrático, con proyectos y programas que buscan el bienestar de la gente. La mayor parte de esta crisis partidista canaliza el rechazo y el hartazgo de la sociedad alejándola aún más de los sistemas de partidos ya que poseen diversas ideologías. Hidalgo vive este tipo de crisis partidista, como ejemplo tenemos el liderazgo del gobernador Omar Fayad Meneses cuya aprobación de gobierno va en crecimiento con más del 67 por ciento derivado de la cercanía con la población y los procesos de hacer política pública fuera del marco partidista, que a diferencia del Partido Revolucionario Institucional que ha perdido toda la confianza de los hidalguenses, no llega al 14% de aceptación, motivo por el cual el ejecutivo del Estado ha sido ampliamente diferenciado de su partido e incluso de los dirigentes tradicionales priístas.
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