Al parecer a Will Smith no le bastó con su papel de papá controlador en la película Rey Richard, sino que moría por interpretar el papel del Quijote. Quizá eso quiso demostrar en la pasada ceremonia de la entrega del Oscar. Pues ante una broma del presentador Chris Rock reaccionó cual caballero andante defendiendo a su dulcinea… a golpes.
El chiste o burla del comediante consistió en comparar el cabello corto de Jada Pinkett Smith, esposa de Will, y el cual se debe a un padecimiento de alopecía, con el personaje de cabeza rapada de Demi Moore en la película de 1997 “G.I. Jane”.
Las diferencias entre Smith y Rock no son cosa reciente, pues años atrás había existido una fricción entre ellos por otra broma de Rock sobre la campaña de Will y Jada contra la falta de nominados afroamericanos. Sin embargo, en esta ocasión Smith prefirió acogerse a la romántica disculpa de “el amor te hace hacer cosas locas”. Y tras ellos apeló a que la Academia lo vuelva a invitar.
¿Realmente fue un acto de amor o una evidencia más de cómo las masculinidades tóxicas salen a flote?
Si bien nos podemos perder en el debate circular sobre los límites del humor y de lo que es un chiste o burla sobre temas sensibles, o más allá de si lo que algunos consideran humor no es más que convertirse en un ramplón bully que hace “body shaming” de otros, llama la atención la normalización y justificación de muchos a la conducta de Will Smith.
Vivimos en tiempos aciagos. Mientras el feminismo irrumpe con fuerza en visibilización, y los hombres discuten si se puede ser feminista o aliado, poco se ha trabajado en la reformulación de su papel en la sociedad y la reconfiguración de su masculinidad y ruptura de estereotipos. El rol de hombre protector que va contra todo sin importar las formas ha sido la forma más común de justificarse de muchos de los agresores de sus propias parejas. La ira, la violencia, las respuestas no racionales ante la amenaza, el desamor, etcétera, cuestan miles de vidas de mujeres al año.
Y cual microcosmos, la Academia reaccionó de inmediato como ha actuado la sociedad ante estos eventos: con un comunicado breve y escueto y con asistentes mudos ante el evento. Con el mismo silencio que ha cobijado a agresores en otros momentos. Nada ha cambiado desde la explosión del #MeToo.
Pues no se trata de defender a Rock, sino de poner las cosas en su justa dimensión. La escena que presenciamos el pasado domingo fue una pelea de machos, uno que se sentía con el poder de avergonzar a una mujer por su físico y otro que, como macho alfa, se levantaba no tanto para defender a su pareja sino su propia honra herida.
No se trata de cancelar a Will Smith. Se trata de que, a partir de lo suscitado la otra noche, se entienda que es necesario reconfigurarnos, no solo él, sino todos como sociedad. Que el modelo patriarcal ha dañado no solo a las mujeres sino a los hombres, como el mismo Will Smith lo ha externado cuando meses atrás habló de su infancia al lado de un padre alcohólico y violento, pero cariñoso cuando estaba sobrio.
La noche del Oscar no ganó una película sobre la masculinidad tóxica, El poder del perro, pero ésta sí estuvo presente en la ceremonia. ¿Por cuánto más dejaremos que en la vida real siga arransando?
Por: Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
*Doctora en Educación y Maestra en Artes. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe