“Mi lindo hijo estaba luchando en una batalla de la que ni siquiera yo hubiese podido salvarlo. Es real, es silencioso y no hay absolutamente nada como padre que puedas hacer para quitar este dolor profundo”.
Asi fue como Samie Hardman acompañó las fotos publicadas en Instagram que daban cuenta de los últimos días de su hijo Drayke, quién falleció tras un intento de suicidio.
Drayke Hardman era un estudiante de 12 años del condado de Tooele, Utah, que falleció trágicamente el 10 de febrero de 2022 después de que, según los informes, intentara quitarse la vida en respuesta al acoso de un compañero de clase.
El chico se suicidó y, aunque los especialistas subrayan que una problemática tan compleja es siempre multicausal, sus padres han señalado la causa del bullying como la principal en este caso y han decidido crear conciencia al respecto.
El caso ha calado hondo en la sociedad estadunidense, en especial porque éste sería el segundo incidente en los últimos meses de menores que se suicidan en Utah tras supuestos casos de acoso en las escuelas, tras la muerte de Isabella “Izzie” Tichenor, una niña de 10 años quien habría sido acosada por su condición de autismo y también por su color de piel en una escuela del condado Davis.
Si bien el bullying o acoso escolar debe tomarse en serio –más debido a las altas cifras de incidencia, que de acuerdo con StopBullyingNow.Gov alcanza el 20% en los estudiantes de entre 12-18 años–, la correlación entre suicidio y bullying no debe realizarse como exclusiva o excluyente.
El sitio advirtió: “La relación entre el acoso y el suicidio es compleja. Los medios de comunicación deben evitar simplificar demasiado estos temas e insinuar o afirmar directamente que el acoso escolar puede causar suicidio. Los hechos cuentan una historia diferente. No es exacto pero potencialmente peligroso presentar el acoso como la 'causa' o el 'motivo' de un suicidio, o sugerir que el suicidio es una respuesta natural al acoso".
Estas muertes prevenibles, tanto la de Drayke como la de Isabella, exhiben de lleno cómo la indiferencia y la negación está costando la vida a nuestros adolescentes y niños.
El suicidio es un tema escabroso. Pero se convierte en algo innombrable en las familias cuando son jóvenes o niños los que atentan contra sus vidas. Se sigue negando la presencia de depresión en “nuestros niños”, pues si bien hablamos de la importancia de la salud mental, esta apertura es nula cuando toca admitir que la depresión o algún trastorno emocional se ha instalado en el núcleo familiar. Es patente la indiferencia de los centros escolares y de los adultos responsables de que haya ambientes escolares seguros.
Por ejemplo, en el caso de Isabella, una investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos reveló que los funcionarios del distrito habían ignorado o no actuaron ante cientos de informes de acoso y discriminación por motivos raciales en el transcurso de cinco años. En el caso de Drayke, los padres aseguran haber denunciado y que el estudiante acosador estaba identificado, pero la escuela niega haber recibido tales denuncias.
¿Cuántas vidas más tienen que perderse para entender que la salud mental es importante, que los problemas de los niños importan, para aceptar que un hijo es violento? La ceguera familiar e institucional solo nos ha acarreado muertes. Es hora de abrir los ojos.
Por: Sarai Aguilar Arriozola
@saraiarriozola
Doctora en Educación y Maestra en Artes. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL