El principio de superioridad que yo asociaba a la cultura popular, masculinizada y predominante, representada por El Santo, se sacudió. Me arrojó fuera de mi zona de confort. A los cuatro años no es algo fácil de sobrellevar. Ni ahora.
Fue cuando escuché en el cine Coloso, frente al Maya —ambos inmobiliaria y funcionalmente desaparecidos en lo que es ahora el Eje Central— gritar a un adolescente llamado Robin algo parecido a “santo acertijo, Batman”. Tenía medias blancas iguales a las usadas por la mamá de mi amigo Pancho, una mujer proveedora solitaria en la casa preciosa de mi vecino. Ofertaba servicios culturales y de entretenimiento muy diversos para la clase media acomodada, desde el espectáculo teatral y lo que seguía, en las noches de la infancia en los años sesenta.
¿Santo no era el único y verdadero Enmascarado de Plata? ¿“Santo” y “santos”, expresados todo el tiempo antes de un sustantivo en singular o plural? ¿No era El Santo único como personaje y como vocablo?
Las medias de Robin eran desconcertantes. El convertible de Batman, en contraste, era convincentemente negro, filos rojos, aerodinámico, tres años antes de que el hombre estadounidense llegara a la Luna. En 1966 acababan de estrenar Batman y las expresiones verbales de su compañero descomponían mi percepción de El Santo.
Me sentí un minuto como un niño tan perdido como el que daba nombre al cine localizado en el número 41 de aquella misma calle que degeneraría en el Eje Central de los años 80 y posteriores. ¿Héroes con medias y sin músculos?
En los 60, la ausencia de contundente musculatura de Batman y Robin, comparados con Kalimán, también parecía en extremo una característica delicada frente a las atribuciones de poder por su físico aparente, generadas sin razón, por el Enmascarado de Plata. Finalmente, él exhibía un abdomen sin lavadero como los que criticaría Jane Fonda diez años después.
Mi familia venía de varias furias, víctimas de fuego y de formas de promoción y disfrute de la cultura entre las cuales la herencia de Jalisco y Michoacán eran tan vigentes como las alusiones frecuentes a la cultura clásica y a la popular. Yo iba a comprar a la esquina de Odesa y Emiliano Zapata el Kalimán tanto como el Lágrimas y Risas. Consumíamos Clásicos de Oro, las Leyendas, Vidas Célebres y otros productos diversos de Editorial Novaro, de aspiración masificantemente educativa, en concordancia con el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Todas y todos podemos vivir una vida con acceso a derechos, con independencia de nuestras preferencias lo cual requiere abandonar los prejuicios constitutivos de nuestras zonas de confort. En la enorme oferta cultural respetuosa de la diversidad cultural y sexual, ahora se incluye al Cine Cosmos, rescatado por la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Hay una amplia plataforma en la Santa Semana que avanza. Estamos en esta parte del mundo, en Viernes Santo. Aunque ya no exista el cine Coloso.