El encantamiento de nuestra izquierda con el régimen cubano desafía toda lógica. ¿Sabrán, los adoradores del comunismo tropical, que el pueblo de la isla sobrelleva unas terribles condiciones de vida? En los anaqueles de las tiendas de Cuba no hay nada, no se pueden adquirir los productos que cualquier comprador consume despreocupadamente en el resto del mundo. Mientras los miembros de la alta jerarquía política disfrutan sus comilonas en exclusivos restaurantes y recorren las desvencijadas calles de La Habana apoltronados en sus Mercedes de gama alta, el cubano de a pie debe aguardar durante horas enteras —a veces desde la víspera, o sea, toda una noche— a que comience a moverse la interminable fila formada alrededor del almacén gestionado por papá Gobierno para que, llegado por fin su turno, hacerse de lo que pueda haber ese día en existencia: una lata de atún, algo de arroz, pañales desechables, lo que sea. Pagado todo, encima, a precios estratosféricos vistos los salarios de miseria que recibe el trabajador, el profesionista, el maestro o el médico. Ah, y en el paraíso del socialismo, el dólar estadunidense es el rey, miren ustedes, una divisa traficada persistentemente en un mercado negro tan presuntamente clandestino como tolerado por las autoridades.
Cuba es un país paupérrimo, injusto y asfixiante gobernado por una autocracia inepta dedicada a enmascarar, a punta de feroces proclamas y encendidas retóricas, la durísima realidad que afronta cotidianamente el pueblo. Y quien se sienta movido a protestar públicamente por el desastroso estado de cosas ya sabe lo que le espera: ser detenido, juzgado y condenado a pasar décadas enteras de su vida en las siniestradas mazmorras que un régimen despiadado y cruel ha acondicionado para castigar a sus opositores.
O sea, no sólo pobres, hambrientos y segregados sino despojados de los derechos que ejercemos nosotros, los afortunados ciudadanos de las sociedades democráticas, incluida la facultad, qué caray, de glorificar a un sistema dictatorial, opresor y violento. Un aparato, encima, empeñado en desestabilizar, con sus agentes infiltrados y sus cómplices en los círculos de la política, a las demás naciones de nuestro subcontinente.
Pero...
Román Revueltas Retes