Hubo momentos en que Israel, gobernado por políticos honorables —no como ahora, que se encuentra en manos de un populista corrupto de ultraderecha—, estaba plenamente dispuesto a negociar con sus vecinos árabes e inclusive a pactar muy costosas concesiones. La respuesta fue siempre el rechazo puro y duro porque esos posibles socios no tenían la menor intención de llegar a acuerdos: su postura era simplemente la destrucción del Estado judío y la guerra su única opción en el abanico de posibilidades.
Hoy, la situación no puede ser más compleja: las organizaciones terroristas afincadas en los territorios colindantes representan una verdadera amenaza para los israelíes en tanto que su único propósito es que sean exterminados —o expulsados de su tierra, en el mejor de los casos—, los palestinos sobrellevan las durezas de la ocupación, el expansionismo en Cisjordania es alentado por los sectores más radicales del estamento político de Israel, el propio sistema democrático de la nación está bajo el asedio de Netanyahu y sus adherentes en el aparato gubernamental, el cártel internacional conformado por Irán y sus cómplices puede desatar un conflicto bélico de proporciones mayores, los islamistas son ya un peligro real para las sociedades avanzadas de Occidente y en el mundo entero se advierte una descomposición de los valores que le dan sustento al orden democrático.
No es ahora el momento de exigir cuentas —la neutralización de las huestes de Hamás es la primerísima tarea que debe emprender ahora el Estado judío— pero al antedicho Netanyahu le habrán de cobrar la factura de no haber prevenido el acaecimiento de tan estremecedoras atrocidades, en su condición de primerísimo responsable de la seguridad en su país, siendo que Israel es, antes que nada, un refugio para un pueblo perseguido.
Las fallas en la inteligencia militar y la propia actuación de un Ejército que tardó horas enteras en socorrer a los ciudadanos testimonian de la pésima gobernanza de un sujeto dedicado a atender primeramente sus intereses, a dividir a la población, a rodearse de aduladores y a embestir contra el Poder Judicial para desactivar los contrapesos que puedan representar un obstáculo a su poder personal.
Los costos del populismo son siempre altísimos. En Israel y en todas partes.