Ser un provocador, parecer un loco, exhibir ramplonería e intolerancia, soltar barrabasadas y estilar bravatas, todo eso, ¿sirve para conquistar simpatías y agenciarse, de pasada, los favores de los votantes en unas elecciones nacionales? Pues, a Javier Milei le funcionó la receta, miren ustedes. Es, ni más ni menos, que el presidente electo de la República Argentina.
El asunto —más allá de que los habitantes de ese distante país suramericano se vieron forzados a elegir un mal menor y de que la otra alternativa era escoger al responsable directo de un colosal endeudamiento y de una tasa inflacionaria igual de morrocotuda— es que el antedicho Milei, ya con el peso encima de tan abrumadora responsabilidad y enfrentado a la realidad de las cosas, parece haber adoptado un estilo mucho más prudente y juicioso.
Entrevistado por Manuel Adorni, un analista económico, se limitó a plantear sin estridencias ni desplantes sus propuestas y de su figura se desprendió, de pronto, un componente, digamos, esperanzador.
La gente, cuando confronta la verbosidad de las promesas a la empresa de alcanzar logros concretos, afirma que hablar es fácil. Pero las palabras terminan siempre por revelar a la persona y por mostrar fatalmente sus verdaderos rasgos, así de perfeccionada como tenga su hipocresía. Y, hay que decirlo, el ganador de los comicios celebrados el pasado domingo se expresó con claridad e inesperada sensatez al ser cuestionado por Adorni.
De una mera entrevista no se puede derivar un pronóstico optimista, desde luego, sobre todo que la situación de la Argentina es punto menos que catastrófica y que el perfil del propio Milei anuncie, con perdón, un pavoroso descenso a los infiernos.
Pero, tal vez hay algo positivo ahí, en un personaje que adopta, súbitamente, los modos acostumbrados al referirse al papa Francisco como “Su Santidad”, que destaca la importancia del pragmatismo por encima de las ideologías y que habla simplemente de “aplicar la ley” al serle preguntada su postura para enfrentar a los ciudadanos violentos que se opondrán a sus medidas.
No sabemos si esta metamorfosis resulta de una táctica o si al hombre le ha surgido una nueva personalidad por la fuerza de las circunstancias. Ya lo veremos. Lo que está en juego es… el destino de la Argentina.