Imaginen ustedes esta situación: en algún momento publican en la red ‘X’ o en Facebook o en Instagram un contenido vagamente burlón dedicado a cierto prohombre –o a una promujer en particular— de los que medran en el aparato oficial.
Lo hacen por puro gusto, porque están hasta la coronilla de esa gente, porque no les parece cómo están llevando las cosas, porque el personaje o la personaja en cuestión son particularmente odiosos o antipáticos o insolentes, porque han sacado indebidos provechos de sus cargos o por lo que fuere.
Pues bien, la mera expresión pública de un descontento personal o de una simple opinión podrá merecer, llegado el caso, sanciones impuestas por un tribunal electoral o por un juez oficialista luego de que el destinatario de la chanza, trasmutado en quejoso, haya interpuesto un recurso legal.
El presunto agraviado responderá por tener la piel demasiado delgada —o por congénita mezquindad— pero, sobre todo, por saberse dueño de las herramientas del poder: dispondrá, a su antojo, de una maquinaria que se moverá en contra de un ciudadano de a pie condenado, luego de la reciente reforma judicial, a una circunstancia de absoluta indefensión.
Deberá, el despreocupado bromista, pagar una multa, exhibir universalmente su arrepentimiento en las antedichas redes sociales, ser domesticado en cursos de corrección política y, si la presunta ofensa le parece excesiva o demasiado infamante al politicastro agraviado, sobrellevar un encierro carcelario. Unos meses en una celda abarrotada de otros infractores o, si el juzgador se siente llevado a hacer méritos ante sus correligionarios, tres años de prisión.
Cárcel, interdicción de ejercer el oficio cuando se trata de periodistas críticos, penalidades desmesuradas (dos millones de pesos de indemnización, lo que debe pagar Jorge González, antiguo director del medio digital Tribuna, demandado por un funcionario del gobierno de Campeche, con la amenaza de que su casa sea embargada), sanciones y medidas declaradamente intimidatorias para acallar a los mexicanos.
El régimen de doña 4T está descubriendo lo rentable que es sembrar miedo.