Y, pues sí, cuando algún extraño enemigo invada el territorio soberano de esta nación, llegará el momento en que los ciudadanos de a pie se verán obligados a empuñar las armas. Aunque, hay que decirlo, ciertos individuos de la especie estadounimexicana, los más patriotas y belicosos, no sólo responderán al obligatorio llamado a filas cuando les llegue el turno sino que se habrán incorporado voluntariamente a la milicia desde los primerísimos momentos de las hostilidades. De hecho, es lo que está ocurriendo ahora mismo en la heroica Ucrania y por eso nos llegan las noticias de que un deportista ganador de medallas o un integrante del ballet de Kiev han caído en el frente.
En lo que toca a quienes no se sientan embriagados por el fervor patriótico y prefieran quedarse quietamente a vivir su cotidianidad en casa, pues miren, lo tendrán un tanto difícil porque, qué caray, la guerra es una voraz consumidora de vidas humanas y la estremecedora fatalidad de que a un simple y pacífico ciudadano –carente, encima, de la más mínima vocación por las armas— le sea impuesta la obligación de ir a matar gente o, peor aún, de que lo maten a él, termina siempre por aparecerse en el horizonte debido a una mera cuestión aritmética: el número de soldados profesionales adscritos a las fuerzas armadas no es infinito. Resulta entonces que, ocurridas las primeras matazones, comienza a haber una alarmante falta de personal para proseguir con la faena y a los supremos encargados de la cosa pública no les queda otra opción que darle un uniforme y un fusil de asalto al panadero de la esquina o al repartidor de pizzas.
Habiendo reconocido y admirado el pundonor de los denodados ucranianos y siendo que el tema de que los mexicanos respondamos fieramente a una invasión resonó hace unos días en el palacio presidencial, debemos referirnos también a esos cientos de miles de jóvenes rusos que no están nada convencidos de que la mentada “operación especial”, o como se llame, merezca su muy personalísimo sacrificio y que han emprendido, de tal manera, el viaje fuera de las fronteras de su país. La otra cara de la moneda.
No sabemos realmente por qué soplan vientos de guerra en México. Pero, bueno, los enemigos, así sean inventados, son muy útiles para la retórica.