El oficialismo glorifica a los emigrantes –les endosa rimbombantes calificativos: héroes, nobles, pundonorosos— sin reconocer, ni de lejos, la responsabilidad que han tenido los gobiernos de esta nación en el exilio de millones y millones de nuestros compatriotas.
¿Emigrar a otra tierra es, en sí mismo, algo heroico? Pues, miren ustedes, la circunstancia de afrontar las adversidades de un viaje clandestino al exterior, la voluntad de cambiar el propio destino al no resignarse a una vida sin mayor futuro y la disposición a comenzarlo todo de nuevo reflejan, en efecto, una admirable condición personal. Y, justamente, es una verdadera pena que tan emprendedores individuos no puedan desplegar sus excepcionales recursos en su propia tierra.
Es perfectamente entendible que un gobierno se solidarice con sus conciudadanos afincados fuera del territorio nacional. Pero, ya en los hechos, el que el régimen de doña 4T haya recortado los presupuestos de los consulados que brindan asistencia a los mexicanos en los Estados Unidos no es algo precisamente fraternal. Ya sabemos, desde luego, que el devastador desmantelamiento de la estructura pública es el sello de la casa: finalmente, el Tren Maya no produce dinero –al contrario, consume ingentes recursos del erario—; hay que seguir pagando a los inversores que apostaron por la edificación de un aeropuerto que no se construyó; la refinería de Dos Bocas no costó los 8 mil millones de dólares que tanto cacarearon los morenistas sino 20 mil; Pemex pierde una millonada; CFE tampoco genera ganancias; y, bueno, como corolario a este rosario de quebrantos, papá Gobierno se ve obligado a quitarle plata a hospitales y escuelas, a la investigación científica, a la cultura y la seguridad pública, a la infraestructura carretera y, en fin, a todo aquello que no genere los votos que una ciudadanía muy poco concientizada le pueda regalar al régimen.
Los emigrantes (con perdón, estimados lectores, pero el palabro “migrantes” se le atraviesa en el pescuezo a este escribidor), entonces, sobrellevan una doble circunstancia de desamparo: por un lado, afrontan la descarnada embestida de los agentes de la ICE –siglas, en la lengua imperial, del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos— y, por el otro, una muy severa carencia de asistencia legal. Y sí, son héroes…