La democracia es el mejor antídoto para que no imperen sujetos como Vladimir Putin. Las atrocidades que está perpetrando el Ejército ruso en Ucrania resultan directamente de que el hombre no le tiene que rendir cuentas a nadie, o sea, de su condición de autócrata con poderes absolutos. Sus víctimas más visibles son los civiles ucranianos pero su propio pueblo paga también la onerosa factura de ser gobernado por un hombre cruel e inescrupuloso: muchos de los combatientes que ha mandado al frente son simples reclutas, jóvenes inexpertos a los que ni siquiera se les avisó, en un régimen que controla con toda rigidez la información y cuyos órganos propagandísticos propalan desaforadas mentiras, que iban a la guerra; imaginemos también la suerte que correrán los ciudadanos de una nación desfondada económicamente por las sanciones que le ha impuesto la comunidad internacional; y, pensemos también en la escalofriante realidad de un sistema dictatorial que mata a opositores y periodistas, que organiza elecciones fraudulentas y que glorifica la figura de un personaje que, en el fondo, ejerce el mando sirviéndose del miedo que infunde a todos los demás.
El presidente de un país democrático es, por definición, un individuo con potestades acotadas: no puede, por cuenta propia, llevar al despeñadero a todo un pueblo ni incendiar la nación. En el extremo opuesto se encuentran personajes absolutamente siniestros como Adolf Hitler. Él solo, abusando impunemente de sus descomunales fueros, acabó, literalmente, con Alemania e instrumentó la monstruosidad del Holocausto. La durísima lección fue bien aprendida, sin embargo: desde entonces no ha habido otro dictador en Europa occidental y los horrores de la guerra llevaron a que se instauraran regímenes de declarada vocación pacifista, más allá de las aventuras coloniales que tuvieron todavía lugar en algunos países luego de concluida la contienda y, desde luego, de su participación en las intervenciones en Iraq, en Afganistán y, en el propio continente, en Kosovo. Pero Francia no pretende ahora reconquistar Argelia. No vemos tampoco a los ingleses intentando apoderarse, digamos, de Australia o Sierra Leona.
Lo que sí está ocurriendo, miren ustedes, es que el emperador ruso acaba de invadir Ucrania y que, tras esta arremetida, su siguiente misión, según dicen, será ocupar las antiguas repúblicas bálticas, a saber, Estonia, Letonia y Lituania. El asunto es que estas empresas nunca terminan bien: la invasión que dispuso Putin iba a durar algunos días nada más. Pues no. La resistencia de los ucranianos es tan decidida como heroica, la respuesta del mundo libre ha sido unánime y, sorpresivamente, las fuerzas invasoras parecen bastante inoperantes.
Lo que sí le queda a Putin, antes de su ocaso, es la crueldad. Es lo que estamos viendo, por desgracia.
Román Revueltas Retes