Trump no es solamente un sujeto peligroso que pretende demoler el edificio de la democracia estadunidense —entre otras cosas, se ha dedicado a atacar a los jueces, a amenazar a periodistas, a demandar judicialmente a los medios de prensa que publican contenidos que le disgustan, a intimidar a las universidades más prestigiosas y, subcontratando los servicios del billonario más odioso de la Galaxia, a echar inmisericordemente a la calle a decenas de miles de funcionarios— sino que el hombre es un verdadero fastidio en su paralela condición de aspirante a emperador. O sea, un tipo caprichoso, impulsivo y, como todos los autócratas de su calaña, desaforadamente petulante, por no hablar de su colosal egolatría.
Make America Great Again… Para empezar, en momento alguno han dejado de ser los Estados Unidos lo que son, a saber, la más formidable potencia económica y militar de todo el planeta, a una sideral distancia de todas las demás naciones, con todo y que la Unión Europea, como un bloque de países altamente desarrollados, sea también un peso pesado en el escenario mundial y que la admirable China, pues sí, les esté pisando los talones.
Naturalmente, el populista necesita fabricar siempre una ficción para agenciarse los favores de los gentiles ciudadanos. La receta más socorrida es la de atizar sentimientos de agravio, explotando el generalizado enojo de las poblaciones y, a partir de ahí, fomentar una suerte de revanchismo dirigido a que sean repudiados los grandes culpables del estado de cosas imperante. ¿Quiénes? Los gobernantes de siempre. El caudillo entre en escena, entonces, como el supremo salvador de la patria.
Trump propala la especie de que al colosal imperio le han visto la cara todos los demás, con perdón de la expresión coloquial, y de que hay que ponerle ya un alto a esos abusadores, así sea que entre los acusados figuren países paupérrimos como Madagascar y Lesoto. Los tales aranceles, entonces, serán la gran reparación debida a una potencia hegemónica que en el discurso del mandatario estadunidense no figura como tal sino como una víctima, miren ustedes.
El gran problema es que ese espantajo, el de las tarifas, está desmadrando el comercio mundial. Peor aún: nos hemos vuelto, todos, rehenes del juego, estúpido y nocivo, de un mocoso berrinchudo.