Este escribidor sigue sin entender cómo es que los equipos de doña Liga MX pueden traspasarse como si fueran coches usados, de un lugar a otro, sin respeto alguno por la afición que los cobija y que les construye una identidad que debiera ser, en principio, tan intransferible como un rasgo personal o una característica genética.
Lo digo luego de haber estado afincado en la bella Morelia, una ciudad que cuenta con fidelísimos seguidores futbolísticos, que tiene un estadio importante y en la cual jugaban los Monarcas antes de ser desterrados de la comarca y rebautizados como “Mazatlán” por renacer artificialmente en ese puerto del Pacífico mexicano.
¿Se puede siquiera imaginar, toda proporción guardada, que el Chelsea Football Club deje de jugar en Stamford Bridge después de 118 años de historia no sólo para trasladarse, digamos, a Portsmouth o a Brighton o a Bangor, ciudades costeras las tres, sino para dejarse de llamar como se llama?
El mentado Mazatlán es ahora el peor equipo de la categoría de arriba en el fútbol mexicano. Llevaba, después de nueve partidos, cuatro miserables puntitos debidos a un triunfo contra… Cruz Azul y un empate logrado en un encuentro que mi voluntad no alcanza a desenterrar de la alacena donde se encuentran archivadas las memorias. Y los mazatlecos, miren ustedes, no van al estadio ni portan tampoco con orgullo la camiseta de un club que no les dice nada, sobre todo teniendo en casa a sus queridos Venados, beisbolistas de relumbrón, ganadores en dos ocasiones de la Serie del Caribe (2005 y 2016).
Así las cosas, como que no ha sido un buen negocio haber dejado a Morelia sin fútbol. Más bien, parece que está operando una suerte de justicia divina, aunque muy mezquina y revanchista, para castigar a los perpetradores del despojo.
Esto, lo de que unos “Monarcas Morelia” se transformen impunemente en “Mazatlán FC” por haberse celebrado meramente una operación financiera, esto no sólo es inentendible y arbitrario, sino que debiera ser una de las primerísimas prácticas que debieran suprimirse en el balompié nacional, ya que tanto hablan los señores directivos de cambiar las cosas y de no pasar ya vergüenzas en el Campeonato del Mundo.
En fin, se han otorgado, por sus pistolas, la facultad de tomar malas decisiones y de tirar dinero a la basura. Después de todo, que con su pan se lo coman. Ah, pero, ¿qué le decimos a los aficionados?
Román Revueltas Retes