Está de moda el “multiculturalismo”. Y también debemos respetar la “diversidad” y reconocer las “diferencias” y todo eso. Y, pues sí, la tolerancia no es ya solamente una cualidad sino que se ha vuelto una suerte de imperioso mandato impuesto por los comisarios de la corrección política (los mismos, qué caray, que derriban estatuas de gente que vivía en otras épocas, que compartía otros valores y que tenía una visión del mundo diferente).
Pues, miren, los aficionados que viajarán a Catar a intentar disfrutar de un Mundial como todos los que han tenido lugar en el planeta futbolístico tendrán su probadita, justamente, de multiculturalidad, de interculturalidad o como demonios se llame. Entre otras tantas de las restricciones a las que deberán sujetarse, no podrán llevar cierto tipo de vestimenta, no les estará permitido libar alegremente sus alcoholes preferidos en la vía pública (ni en la gran mayoría de los lugares abiertos del emirato) y no habrán de protagonizar los escándalos callejeros de siempre.
Me pregunto cómo se sentirán los 60 mil mexicanos que viajarán a la suprema cita mundialista al tener que someterse al severo recatamiento dictado por la tradición islámica. No los envidio, con perdón, con todo y que ese feo sentimiento –sí, la envidia pura y dura, amables lectores— es de los que suelen carcomerme las entrañas. Pero, digo, el placer supremo de estarte trincando una deliciosa chela mientras ocurren magistrales jugadas allá abajo, en la cancha, eso no tendrían por qué haberlo prohibido Alá y Mahoma, su gran profeta. No es enteramente saludable beber, ya lo sabemos, pero el alcohol se puede practicar con la debida moderación sin ofender a ninguna divinidad ni merecer durísimas condenas. Una copa de buen tinto para acompañar una suculenta pasta, ¿es un pecado mortal?
En lo que toca a la indumentaria, nuestros estadios son unas auténticas galerías de especímenes desaforadamente pintorescos que exhiben, sin el menor rastro de pudor, torsos desnudosy panzas descomunales, ellos, y brazos descubiertos, ellas, que estarán estrictamente vedados en Catar, por no hablar de t-shirts entalladas y minifaldas tan perfectamente inofensivas como portadas por las mujeres en total ejercicio de su soberanía individual.
Así que con su pan se lo coman, los futboleros viajeros, mientras nosotros, los fanáticos desenfadados, seguimos aquí, cheleando y disfrutando de nuestras muy occidentales libertades. ¡Salud!
Román Revueltas Retes