Desde que se inventaron los pretextos, las derrotas no son tales, simple demostración de una manifiesta inferioridad, así de circunstancial como se quiera, sino consecuencia de una gran injusticia y condiciones de fatal adversidad.
La mentada Leagues Cup, para mayores señas, no se disputa en el territorio soberano de Estados Unidos Mexicanos sino que los señoritos jugadores de doña Liga MX tienen que subir primeramente las escalerillas de un avión, afrontar las durezas de un vuelo hacia el norte de nuestro extenso continente, desembarcar en tierras extrañas, hospedarse en un (lujoso) hotel, entrenar luego en canchas prestadas, engullir alimentos raros para la cena y, horas después, plantarse en el terreno de juego para intentar mostrar quién es quién, o sea, dejar bien claro de qué tamaños son los equipos de la presunta primera potencia futbolística de la región.
Los mocetones de la Major League Soccer (MLS), mientras tanto, juegan en casa –es más, algunos de ellos en sus propios estadios— apoyados por una fidelísima y entusiasta afición, duermen en sus camas con todo y sus mascotas, conducen sus Ferrari o sus Lamborghini por el camino de siempre hacia el club y no tienen otra preocupación que estar en las mejores condiciones físicas, y bien afilados técnicamente, para merecer las preferencias del director técnico a la hora de que se decida la alineación.
Así las cosas, ¿cómo van a poder exhibir los embajadores de la Liga MX siquiera una mínima superioridad frente a los comodones futbolistas de la tal MLS?
Pues, miren ustedes, precisamente de eso se trata, de demostrar jerarquía y potencia. De llegar allá y ser superiores, no quejicas que vuelven a casa en plan de víctimas, de la mano de un entrenador que denuncia furibundo el estado de las canchas, lo sesgado del arbitraje, los horarios de los encuentros o lo ruidosos que estuvieron los seguidores a la hora del partido.
Pero, justamente, a lo mejor hay algo más, un elemento que no parecemos estar tomando en consideración: ¿no será, tal vez, que el nivel de la MLS no es ya tan inferior como imaginamos, o queremos imaginar, nosotros, aquí, embelesados con nuestros equipos “grandes”, ese América que ha dejado de funcionar, ese Cruz Azul que termina siempre por dispararse a los pies y ese Monterrey que no logra que se reflejen en la cancha los millones invertidos en su plantilla?
Llegado el momento de que tenga lugar el otro torneo, la suprema competición de CONCACAF, nuestra no muy lucidora Champions regional, los equipos mexicanos siguen mostrando tamaños. Pues sí, pero ¿hasta cuándo?