Olvídense ustedes de la tal Copa Libertadores, jugada en los distantes territorios de Suramérica y en la cual los clubes mexicanos han tenido una muy distinguida participación, a pesar de unos arbitrajes descaradamente localistas, según denuncian algunos adeptos a las teorías de la conspiración.
La geografía importa, miren, y aquel subcontinente no sólo está muy lejos sino que las estaciones del año ocurren al revés: Santa Claus no se mueve allá en trineo porque sus alces no soportan el calor del verano decembrino en Salvador de Bahía o en las callejuelas del barrio bonaerense de La Boca.
Chocan también de frente las fechas de allá con las de aquí y si ya están de por sí absolutamente saturados los calendarios de las competiciones futbolísticas imaginen lo que sería meter con calzador, a cada rato, unos viajes hasta Santiago de Chile o, digamos, hacia una ciudad como La Paz con la cual no tenemos buenas conexiones aéreas.
No sabemos si la cancelación de la presencia mexicana en la más prestigiosa copa de todo el continente americano se debió a la cortedad de miras de nuestros señores directivos, si no salían las cuentas en la caja registradora, si los suramericanos se mosquearon de que los equipos de doña Liga MX fueran a sacar pecho en sus canchas o si, de plano, les pareció muy amenazante la perspectiva de que un Cruz Azul o unas Águilas regresaran a casa con el gran trofeo en sus manos.
Pero, miren, nuestro hábitat natural viene siendo Norteamérica, con todo y la pobreza futbolística de la Concacaf, y por eso está teniendo lugar esa mentada Leagues Cup en la cual participan ni más ni menos que 47 equipos, 29 de la MLS y 18 de la Liga MX.
Luego de que el triunfo en la Copa Oro –una competición protagonizada por equipos de la talla de Haití, Martinica, Guadalupe y Honduras— detonara el fiero patrioterismo de los aficionados mexicanos, veamos ahora si se comprueba la hipótesis de que la Liga de nuestros vecinos del norte ya nos comió a nosotros el mandado.
Y si no, pues a seguir festejando.
