Europa es Europa. O, más bien, el futbol europeo es el futbol europeo. El mejor del mundo, con el permiso de brasileños y argentinos. Las figuras crepusculares –un Messi y un Beckham ya bien entrados en años o, en su momento, el mismísimo Rey Pelé— terminan sus días deportivos jugando en los Estados Unidos y, por ahí, un Dani Alves aterriza en las canchas mexicanas (de la mano de los Pumitas, ni más ni menos).
Pero, más allá de esos retiros dorados que en los hechos no son tan resplandecientes –ya vimos que las antiguas estrellas del Barça celebraron la pírrica victoria del mentado Inter de Miami contra el muy empeñoso América como si hubieran conquistado una Champions League (soy Chiva, lo saben ustedes porque suelo cacarearlo en estas líneas, pero ese partido me hubiera gustado mucho que lo ganaran unas Águilas que, hay que reconocerlo, jugaron estupendamente, aparte de que el equipo de la Florida me cae muy gordo por wannabe y por haberle dado entrada al nefasto Tata Martino)— más allá de esas jubilaciones dándole a medio gas a la pelota, repito luego de tan farragoso paréntesis, jugar en el Viejo Continente es toda una consagración para cualquier futbolista azteca, japonés, coreano, estadounidense, chileno o de proveniencias aún más arcanas.
O sea, que Martín Anselmi escuchó el canto de las sirenas europeas –no la melodía entonada por la sirenita del puerto de Copenhague, sino unas tonadillas tarareadas más al sur, en la muy apacible Lusitania— y fue tan poderoso el embrujo que el hombre se desentendió fulminantemente de sus compromisos contractuales con el Cruz Azul de aquí y, en cuanto pudo, se embarcó para ir a prestarle sus servicios al Porto (Oporto, en castellano) de allá.
Las formas cuentan, ya lo vimos con el mentado Fernando Gago (no ha sido demasiado glorioso su retorno al balompié argentino: ese sexto puesto en la segunda fase, por debajo de River Plate, me complace mezquinamente en mi condición de seguidor Chiva agraviado), y Anselmi, un tipo que se había ganado las simpatías de muchos aficionados en este país, aparece de pronto como un sujeto no enteramente escrupuloso, por no decir oportunista y declaradamente convenenciero.
Por si fuera poco, parece ser que ni lana tienen los portugueses y que no le van a poder siquiera ofrecer los jugadores, así sean del mismísimo Cruz Azul, que pretendería fichar. Que con su pan se lo coma, entonces, y a ver si doña FIFA no mete las narices y le sale el tiro por la culata al ingrato entrenador.
Pues eso, oigan.