La 4T tiene sus maneras y sus formas, es cierto, pero la zafiedad de la señora que manda en doña CONADE como que comienza a sobrepasar los límites de lo digerible por el respetable público, así sea que hayamos emprendido, de la mano de los transformadores de la realidad nacional, un viaje hacia un futuro tan incierto como inesperado.
En otros tiempos, los jerarcas del régimen hegemónico soltaban las barrabasadas de turno y algunas sabrosas ocurrencias –“la caballada está flaca” (en referencia a lo disminuidos que parecían los aspirantes a la silla presidencial), “un político pobre es un pobre político” (consagración –bastante escandalosa, hay que decirlo— de la maña de consumar turbios negocios al abrigo de un cargo público), “la moral es un árbol que da moras” (fórmula proferida por un histórico cacique potosino), “en política todos tenemos dueño: si el perro no te hace caso, habla con el dueño del perro” (sentencia, ésta, inscrita para la posteridad por el padre de quien se encargará de desenmarañar el embrollo de la seguridad pública en el inminente sexenio), en fin— pero no eran tan desaforada y descaradamente vulgares.
Arrogarse a la torera un privilegio tan dudoso –el de parecer rústica, áspera y desagradable— es, sin duda, la comprobación de que la referida personaja se siente por encima del resto de los comunes mortales, es decir, merecedora de derechos especiales y, sobre todo, beneficiaria de la magnanimidad del jefe supremo, cuando no de su abierto respaldo.
Pertenecer a la casta gobernante te autoriza todos los excesos. Uno de los máximos mandamientos del régimen, por lo que parece, es no reconocer jamás errores y por eso encubre a los suyos por encima de todas las cosas, incluida la más mínima decencia, por no hablar de que el mal gusto es parte consustancial del repertorio, así sea que los antiguos oligarcas fueran tan corruptos y cínicos como el que más pero que pretendieran enmascarar sus bajezas con modos (presuntamente) más urbanos.
Y de las posibles raterías ni hablamos porque sería un tema de fiscales, auditores e investigadores. Tampoco de la falta de apoyos a los deportistas que no se supieron ganar el necesario favoritismo, jóvenes a los que les sobraban empeños y voluntades pero a los que les faltaba, muy probablemente, el gen de la adulación.
Así estamos, aquí y ahora, justo después de los Juegos Olímpicos. No es materia de festejos, hay que decirlo.