Nada me conmueve más que un homenaje sincero e inteligente a personas que, además de un talento y sabiduría formidables, tienen una calidad humana extraordinaria y ejercen un influjo benéfico en quienes tienen la fortuna de conocerlas. Más aún si son seres cercanos a uno. Es el caso del padre de mi amigo y colega Andrés Villa Aldaco, que me hizo un espléndido regalo hace unos días. Se trata del volumen-homenaje a su padre Gonzalo Villa Chávez. Arquitecto, restaurador, acuarelista, dedicado a este verdadero artista traído del Renacimiento a nuestros días, aunque nació en San Gabriel, Jalisco, en 1928 –por un mero accidente ginecológico, solía decir– y partió de este mundo en el año 2000 en su querida ciudad de Colima, donde fundó la Escuela de Arquitectura de la Universidad de ese estado.
De su obra arquitectónica, artística y docente se ocupan con largueza los autores de este volumen, los arquitectos Guillermo García Oropeza, Fernando González Gortázar y Gabriel Gómez Azpeitia, la escritora Marina Saravia y el editor Luis Ignacio Villagarcía, coordinador de esta cuidadosa coedición de 2006 del Gobierno del Estado de Colima, la Universidad de Colima y el Gobierno de Jalisco.
Entre los textos de este emotivo y sustancioso libro hay seis artículos que Villa Chávez escribió para la revista Palapa, de la Escuela y luego Facultad de Arquitectura de la Universidad de Colima, en los que se ocupó de temas como la formación de arquitectos a lo largo de la historia, la crítica de las políticas económicas asignadas a la preservación del patrimonio edificado y la crítica de la arquitectura y el urbanismo irresponsable, y no pocas veces de funestas consecuencias, como vimos repetidamente en los terremotos de septiembre de 1985 y 2017.
En su texto “Sacudidas de septiembre”, de diciembre de 1985, escribe sobre las responsabilidades de numerosos actores y factores en los derrumbes de edificios en la Ciudad de México el 19 de septiembre de ese año, además del golpeteo de las placas tectónicas. “Una lista, desde luego no exhaustiva”, escribe, con un dejo de humor, “se propone a continuación para que cada quien les aplique porcentajes según su leal saber y entender:
• El bombeo de agua en el subsuelo del Anáhuac.
• El Departamento del Distrito Federal.
• Los voraces operadores de instalaciones albergueras del DF y del litoral pacífico.
• Los turcos conectados con la maquila de corte y confección de vestidos.
• El Metro.
• Los casatenientes de La Merced, Guerrero, Tepito, colonia Los Doctores, etc.
• Banobras y sus antecesores.
• Los tacaños medio burgueses de la Roma.
• Los reglamentos antisismos (en algunos casos inexistentes).
• La idiocia de irresponsables planeadores y diseñadores del equipamiento nosocomial en el sector salud.
• Los caseros de Zapotlán.
• Guillermo Carrillo Arena [secretario de Asentamientos Humanos y de Obras Públicas del gobierno federal].
• Las escuelas de arquitectura y/o ingeniería y sus planes de estudio.
• Los gremios profesionales conectados con la promoción, diseño y realización de lo construido.
• Los mexicanos ricachones, realizadores inverecundos y vernáculos de torres condominiales.
• El drenaje profundo de la Ciudad de México.
• Las pobrísimas especificaciones nacionales en materiales para la edificación.
• Las políticas oficiales con competencia en el desarrollo urbanístico, el territorio, y su red de poblamientos.
• Los ecocidios cumplidos o en vías de...
• Los primordiales urbanistas tenochcas.
• La Corona española.
• Los organismos oficiales o semioficiales aplicados a resolver (?) el problema de la vivienda.
• El obispo de Ciudad Guzmán.
• El Plan Nacional de Desarrollo.
• Los legisladores que nunca han legislado.
• El fallido modelo mexicano al que diera pie don Lázaro Cárdenas, allá por los primeros cuarentas.
• Televisa.
• Los condueños del [edificio] Nuevo León.
• El impresionante atraso mexicano en planeación urbana y territorial.”
Más allá de las culpas y los chivos expiatorios, Villa Chávez se preguntaba: “¿Cómo es posible que hayamos permitido, todos, esas abominables concentraciones? ¿Cómo es posible que se puedan dar esos procesos cancerosos de desarrollo urbano, o absolutismo político, económico, social, cultural?”. Tres décadas después esas preguntas siguen sin responderse.