Hitler, Céline y el antisemitismo

  • Hitler, Céline y el antisemitismo
  • Editorial Milenio

Ayer, 27 de enero, fue el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. La Organización de las Naciones Unidas lo eligió porque un día como ése, en 1945, el ejército soviético liberó a los presos del campo de concentración de Auschwitz. Cómo pudo llegar el mundo civilizado a semejante atrocidad es una pregunta vigente aún.

El ocho de mayo de 1945 la Alemania nazi firmó el acta de rendición militar. La Segunda Guerra Mundial había dejado millones de muertos y una de las más terribles lecciones de crueldad. El Tercer Reich, que habría de durar un milenio, fue destruido por los Aliados luego de doce años de un régimen de terror y odio racial, incluidos los cinco largos años de la conflagración. Tristemente, el nazismo no terminó ahí, como tampoco el antisemitismo ha sido eliminado de muchas naciones. Hace apenas unas semanas se discutía en la prensa si Gallimard debería de publicar los rabiosos panfletos antisemitas de Ferdinand Céline, diatribas que aportan más bien nada a su genio literario. “El problema moral que plantean los panfletos antisemitas de Céline”, escribe Fernando Savater, “no es si Gallimard debe o no reeditarlos, sino cómo comprender que hayan sido escritos por la misma mano que compuso Viaje al confín de la noche, una de las grandes novelas europeas del pasado siglo. Yo he leído esos panfletos, cuyo título no pienso repetir, que se consiguen por internet sin mayores dificultades. ¿Acaso puede hoy prohibirse un libro, cuando cualquier mercancía está a un clic de ordenador? (“Infección”, El País, 26 de enero de 2018).

Después de una prohibición que duró setenta años se publicó en Alemania, en enero de 2016, una edición crítica de Mi lucha, preparada por el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, con más de 3,500 comentarios que contextualizan el manuscrito original, y que ha sido un éxito de ventas. El libro escrito por Adolf Hitler en la prisión de Landsberg en 1924 es un farragoso compendio de casi 800 páginas de mitos y prejuicios, memoria autobiográfica y declaraciones de odio a la Ilustración francesa, al capitalismo estadunidense y a las “razas inferiores”. “Programa del terror, proyecto racista y totalitario, voluntad manifiesta de dominar el mundo, nunca fue un libro oscuro o hermético”, escribe Antoine Vitkine en Mein Kampf. Historia de un libro (Anagrama, 2011). Best-seller en Alemania desde 1925, Mi lucha alcanzó los doce millones de ejemplares durante el Tercer Reich, cuando fueron vendidos o regalados y lectura obligatoria para funcionarios, científicos y profesores e incluso obsequio a las parejas recién casadas. El libro de Vitkine, documentalista y periodista francés, es una minuciosa y apasionante investigación sobre el origen de la llamada “biblia nazi” y de la amplia circulación en Alemania y después en Inglaterra, Francia, España, Estados Unidos, Egipto y Turquía, con los entresijos de permisos, contratos y traducciones, las ediciones clandestinas, las querellas legales y las razones estratégicas por las cuales algunos párrafos debían omitirse por indicaciones del propio autor. Las regalías por Mi lucha hicieron de Hitler un hombre rico.

Hitler, irritado por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial –de la que, de acuerdo con su miope visión de la historia, los judíos eran culpables pues los creía dueños de las finanzas mundiales, a la cabeza de las democracias liberales de Occidente y del bolchevismo en la naciente Unión Soviética–, se afilia al Partido de los Trabajadores Alemanes, que pronto añadiría el Nacionalsocialista a su nombre, y destaca como orador a favor de la Gran Alemania, una Alemania anticapitalista y en la que los judíos no tendrían ya ningún derecho a la ciudadanía. Arrestado por el fracasado golpe de Estado en Munich de 1923, después de unos días de histeria y depresión, decide poner por escrito las convicciones que había empezado a forjar desde los tiempos de la Gran Guerra y maduradas con su acercamiento a la extrema derecha y su breve experiencia en la política. A los nueve meses Hitler sale con un voluminoso legajo bajo el brazo. La modesta editorial del partido, Eher-Verlag, se encargará de la publicación, pero, aunque varios diarios de ultraderecha ya lo anunciaban, el libro se retrasa “debido a sus múltiples torpezas estilísticas, repeticiones e imprecisiones”, apunta Vitkine; “Hitler ha escrito como habla, y su talento es más oral que literario”. “Para mejorarlo, darle forma, retocar el estilo, aclarar ciertas ideas” se turna un equipo de allegados, entre los que se encuentran Rudolf Hess, el impresor, un académico de Harvard germano-estadunidense, un crítico musical y hasta un sacerdote.

Hoy se puede conseguir un ejemplar de Mi lucha –una versión abreviada– en casi todo el mundo. En México se le halla en librerías de viejo, ferias y puestos callejeros, al lado de libelos esotéricos y otras charlatanerías –como el célebre Derrota mundial, del recientemente fallecido Salvador Borrego, que tanto deleita a crédulos, despistados y un puñado de neonazis de piel cobriza.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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