Cultura

Groucho y yo

Desde el momento en que tomé su libro caí al suelo muerto de risa. Espero leerlo algún día. —Groucho

Una noche tranquila mis padres y mis hermanos veíamos la televisión, en los lejanos años sesenta. De repente, en el Canal 4 de Telesistema Mexicano aparecieron en la pantalla unos tipos fascinantes con una pinta muy extraña que hacían bromas vertiginosas y le tomaban el pelo a quien se dejara. ¿Quiénes son éstos?, pregunté. Son los hermanos Marx, dijo mi padre. Desde entonces soy uno de sus más fervorosos seguidores. Los perseguí por cineclubes y leía artículos, libros y entrevistas con ellos. Sobre todo con Groucho. El gran Groucho Marx.

“Éstos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo estos otros”, dijo Groucho alguna vez, cuyas ingeniosas sentencias son verdades científicas, como la siguiente, aplicable perfectamente a los congresistas locales y cuya autoría querrían para sí no pocos académicos: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. ¿Se imaginó Groucho alguna vez a López Obrador y la 4T? Muy posiblemente sí.

Ahora resulta que está de moda. Todo el mundo lo cita como si se tratara de un viejo amigo. Sus frases vertiginosas y desconcertantes son utilizadas como epígrafes en los más disímbolos textos de columnistas y hasta de políticos de reconocida infamia —éstos haciéndose pasar por ingeniosos cinéfilos. Otra de las frases de Groucho más conocidas es: “Yo no pertenecería a un club en el que me admitieran como socio”, aunque también ésta es otra favorita: “Soy marxista, pero de la línea Groucho”. En efecto, Groucho Marx y sus hermanos Chico y Harpo se asoman eventualmente a la vida en las páginas de diarios y revistas, como si las dieciséis películas que filmaron juntos —algunas con Zeppo, el hermano menor— se exhibieran todos los días en las pantallas cinematográficas o por lo menos en las de la televisión.

Si corremos con suerte —con mucha suerte—, una mañana imprevista o alguna tranquila noche hogareña podremos ver en la televisión alguna joya como Una noche en la ópera o Sopa de ganso (Duck Soup). En muy raras ocasiones podríamos disfrutar de un ciclo con cuatro o cinco de sus míticas películas, como los que se programaban en los lejanos años setenta y ochenta en el desaparecido cineclub del Fondo de Cultura Económica (en Universidad y Parroquia, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México), en el auditorio del Centro Cultural Universitario, a un costado de la UNAM, o en la Antigua Cineteca Nacional antes del peliculesco incendio provocado por la negligencia de la inefable Margarita López Portillo —la vergüenza del nepotismo de un presidente hegeliano y con ínfulas de playboy otoñal.

En mi postadolescencia romántica y comunista el entonces joven militante y dirigente estudiantil Pablo Gómez Álvarez me simpatizaba porque yo le encontraba cierto parecido con mi admirado Groucho, con sus gruesos bigotes y su calva incipiente. No tardé mucho en darme cuenta de que la arrogancia malhumorada del futuro diputado y senador y luego diputado y otra vez senador, y lo que sea en los próximos sexenios no tenía nada que ver con la insolente frescura de aquel genio del humor contemporáneo que, si algo detestaba, era precisamente la solemnidad y la pedantería. En Horse feathers (Plumas de caballo), el profesor Wagsstaff (Groucho) les dice a los pomposos profesores de una universidad privada: “¡Cualquier cosa que digan, yo estoy en contra!” La película Sopa de ganso, una sátira contra el poder y la guerra, fue prohibida en Italia por Benito Mussolini, pues creyó que era una alusión a él. (Curiosamente, El gran dictador, de Chaplin, solo fue censurada en algunas escenas.) Mussolini... a quien López Obrador trajo a cuento en una de sus homilías matutinas para recordarnos que su padre le puso Benito por la admiración que sentía por el Benemérito Juárez. (¡Saludos al Loco Valdés!)

Nacido en Nueva York el 2 de octubre —no se olvida— de 1890, Groucho, es decir, Julius Henry Marx, dejó este mundo a los 86 años el 17 de agosto de 1977 en Los Ángeles. Como buenos surrealistas —aunque ellos no se consideraban así—, él y sus hermanos vivieron según los dictados del deseo. Y, como dice su biógrafo Allen Eyles en The Complete Films of the Marx Brothers, “consiguieron comunicar mejor que nadie esa sensación de liberación e inconformismo”.

Los políticos que insistan en citar a Groucho deberían detenerse a pensar en esta frase de Sopa de ganso, en la que hace de presidente de Freedonia: “No permitiré injusticias, ni juego sucio, pero si se agarra a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, lo pondremos contra la pared ¡y daremos la orden de disparar! Tengo la intención de vivir para siempre, o morir en el intento”, dijo Groucho en otra ocasión. Consiguió las dos cosas.

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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
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