Cultura

El acoso

El acoso es un “comportamiento que se encuentra amenazante o perturbador”. El hostigamiento o acoso sexual se refiere a “los avances sexuales de forma persistente, normalmente en el lugar de trabajo, donde las consecuencias de negarse son potencialmente muy perjudiciales para la víctima”, ilustra la Wikipedia. En México el hostigamiento y el acoso sexual están tipificados en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia como sigue: “Artículo 13. El hostigamiento sexual es el ejercicio del poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la sexualidad de connotación lasciva. El acoso sexual es una forma de violencia en la que, si bien no existe la subordinación, hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo para la víctima, independientemente de que se realice en uno o varios eventos”.

Nadie puede negar el machismo con que se conducen millones de mexicanos de todos los estratos sociales, una conducta atávica y detestable que puede expresarse de manera prepotente y llegar a ser violenta.

Hay machismo en un piropo, pero no necesariamente violencia ni, mucho menos, agresión, si se trata de un piropo inofensivo y hasta lírico e ingenioso, como los que refiere Rocío Dúrcal en aquella popular canción de 1963 “Los piropos de mi barrio”. Eran otros tiempos y el mundo y sus códigos han cambiado, para bien y para mal, en esta parte del mundo —una prueba palpable son las intensas discusiones entre diversos grupos de mujeres y feministas de América y Europa —con rasgos culturales tan diferentes—, sin olvidar a las mujeres del mundo musulmán, que empiezan a mostrar ya su inconformidad con el férreo dominio de la teocracia islámica.

Hoy el piropo de un desconocido a una mujer puede ser causa de una denuncia penal, así se haya proferido sin la menor intención de intimidar o insultar. Ninguna mujer espera que nadie le enderece un piropo o un halago, mucho menos que las hostiguen o acosen. Ningún hombre debe sentirse con derecho a espetarle un piropo a una mujer a la que no conoce ni debe pensar que ésta debe sentirse agradecida o con el deber de corresponderle. El machismo le hace creer a muchos hombres que son irresistibles versiones región 4 de galanes de cine, y que cualquier mujer podría rendirse ante ellos por obra y gracia de su apostura e ingenio.

Que hay mujeres a las que les gusta recibir halagos y frases galantes y hasta silbidos del respetable gremio de los alarifes las hay, sin duda. Que hay muchas a las que no les interesa tu opinión sobre sus ojos, su cuerpo o su belleza, las hay también, y no veo cuál es la dificultad en respetar algo tan evidente. El machismo es un impulso atávico que le hace sentir a muchos hombres el derecho de dirigirse a una mujer para halagarla o insultarla y, en el peor de los casos, agredirla.

¿Y qué con los códigos del galanteo, del cortejo?, preguntan, tan preocupados, los campeones del ligue. Las mujeres entienden estos códigos y también los practican, y no es raro que sean ellas las que tomen la iniciativa. Si ellas quieren algo contigo te lo harán saber, y si no quieren nada también, así que insistir es lo más torpe y contraproducente que puedes hacer.

Lo que a algunas les parecerá una galantería o un gesto caballeroso —que los hay—, a otras les parecerá un imperdonable desplante de machismo. Posiblemente hombres y mujeres desarrollen nuevos códigos para manifestar una atracción mutua sin que ella resulte ofendida y tú con una multa o una condena de tres meses.

¿Que hay exageraciones, malentendidos y acusaciones sin sustento? Muchas, por desgracia. Una mirada o un gesto pueden malinterpretarse y la histeria está a la orden del día. No son pocas las feministas que querrían prohibir las miradas de deseo, ignorando las correspondientes miradas femeninas a ejemplares varoniles que les resulten apetecibles. Y sí, hay de miradas a miradas. Muchas de mis amigas y alumnas universitarias tienen miedo de salir solas a la calle y de toparse con tipos cuya babeante inspección las intimidan. El miedo es real, no imaginario. Muchas de tus hermanas, primas, tías, amigas y compañeras de escuela o de trabajo —y hasta tu madre— dudan en vestirse con shorts o vestidos por el temor a recibir más agresiones: miradas insistentes, comentarios ofensivos y tocamientos. Solo un hombre que entiende y ensaya mal su masculinidad es capaz de sentirse con el derecho de avasallar a toda mujer que se le atraviese en su camino.

Podemos afirmar que una gran mayoría de ciudadanos está de acuerdo en castigar con severidad a sacerdotes, maestros, médicos, profesores, padres, esposos, entrenadores, proxenetas, tratantes de blancas y jefes acosadores y violadores de mujeres, niños y niñas —incluso de hombres—, pero es indispensable también que los hombres dejen de creer que tienen derecho a acosar a las mujeres. No es cuestión de imponer esa aberrante corrección política ni de volverse taimados, sino una cuestión de respeto, de educación y de sensibilidad. Y, por supuesto, de leyes que deben cumplirse. 

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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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