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Una final inesperada

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  • Rodrigo Ruy Arias

El problema de la Orquesta Filarmónica de Jalisco –el caso de la discriminación de músicos que fueron despedidos por “gordos y canosos”-, no es sino el ejemplo más burdo de la violación de derechos humanos. Derechos Humanos que, dicho de paso, es uno de los temas principales de la agenda política nacional.

Paradójicamente, la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco -ornamento de la polis pública-, y un patronato, han avalado los actos e intentado encumbrar a un personaje más bien desconocido en el Star-System del concertismo internacional: El director de orquesta Marco Parisotto.

Sergio Rodríguez, ex integrante de la orquesta y abogado litigante, lucha por dignificar (ante la CEDHJ), la profesión de atrilista en la agrupación tan multi-cuestionada. Él no tenía problemas, pero la ética (esa palabra en peligro de extinción), o la deontología jurídica (por decirlo en términos legales), lo hizo actuar en consecuencia. “No teníamos nada contra Sergio”, dijo en algún momento la autoridad. A Sergio no le importaron las declaraciones, se alió a sus colegas (seguro) por un sentimiento de justicia, de solidaridad ante la violación de derechos, el abuso.

Y si bien se menciona que la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco -quien ya se ha pronunciado en favor de los músicos afectados-, sólo “recomienda”, no hay que olvidar que instancias superiores (la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos), darán seguimiento al tema –en caso de que no se acate la recomendación-, dejando mal ubicado a nuestro estado (en lo que a este tema se refiere) en el panorama internacional.

Por otro lado, la declaración hecha por el ingeniero Arturo Gómez Poulat de que la Orquesta Filarmónica de Jalisco necesitaba estos cambios para posicionarse entre las mejores del mundo, arroja la siguiente pregunta, hecha de buena fe: ¿El ingeniero, Gerente general de la OFJ, es también un perito en el saber de la música?

El punto axial de una gran interpretación es olvidarse de la acción metronómica y el estruendo. Una orquesta nunca se escuchará en su justa dimensión dramática si el director y su séquito se concentran únicamente en tocar a tiempo, o a 80 decibeles.

Un sonido limpio, brillante y controlado, un adecuado manejo de los matices, un dialogismo entre los instrumentos –lo que implica una ontología musical-, será el fin último (único) de la verdadera obra de arte.

Más allá de competirle a la Orquesta Filarmónica de Berlín para ganar el Campeonato Mundial de Orquestas Filarmónicas, debemos darle a nuestro estado y a sus músicos el respeto que se merecen.

(…) Sin olvidar recomendarte a un compositor fundamental para entender las metamorfosis sonoras del siglo XX: El jalisciense Manuel Enríquez.

Hasta en quince.

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@AlterRuy

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