Política

Igualados y arrastrados

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Ya lo he dicho varias veces. Tengo muchos amigos en la 4T. De hecho, creo que nunca había tenido tantos conocidos en el gobierno. Estoy convencido de que todos ellos creen genuinamente que el camino emprendido es el que México requiere, aunque más de alguno (pienso, por ejemplo, en feministas y en ecologistas) no estará de acuerdo con las expresiones y andadas de su líder histórico. Y ni modo, agachan la cabeza o voltean a otro lado; todo sea por el cambio que ellos quisieran ver en el país. Pero además de eso, tienen que aguantar a los muchos arribistas que, después de haber sido orgullosos miembros del régimen, priistas o panistas, ahora se presentan como los más fieles seguidores de la transformación y los más aguerridos revolucionarios.

Estos oportunistas son ahora los golpeadores de la avanzada, los porros del movimiento, los grupos de choque de la 4T. Lo hacen porque tienen que lavar su pasado; su actuación destacada en el demonizado régimen neoliberal del cual fueron parte privilegiada y al que ahora le escupen: en ese que fueron militantes también de choque, en el puesto que les tocara. Esos son los “compañeros de lucha” de mis amigos. Los impresentables que, mientras golpean al adversario, le piden al jefe que voltee a verlos, para que él esté seguro que son sus incondicionales, sus esbirros más abyectos, dispuestos a todo para congraciarse con el todopoderoso. Y si el valor que más aprecia el jefe es la lealtad, por encima de la capacidad, entonces hay que demostrarle exactamente eso. ¿Y cómo se logra eso? Haciendo el trabajo más sucio e indigno posible.

Uno de mis colegas, especialista en desigualdad, alguna vez me comentó que ese comportamiento, tan típico entre señoras con ínfulas de decirle a alguien que era un “igualado” era la expresión más acabada de una negativa clasista mexicana a aceptar que todos somos iguales. Decirle a alguien que es un igualado, supone para quien lo expresa que en este país no todos nos medimos con la misma vara, que hay clases, que hay niveles, que los de abajo no se deben atrever a tener un trato de iguales. Decirlo además con insolencia, con indignación y con desprecio pinta claramente como un arrogante, un abusivo, un clasista y sobre todo como un discriminador a quien lo dice. Pero quien así lo expresa cree que fue exitoso, que puso en su lugar al igualado porque pretendía ser su equivalente. Se ufana de su proeza, porque logró que su jefe volteara a ver cómo golpeaba al adversario, cómo lavaba sus culpas del pasado neoliberal. Y puesto que la incondicionalidad es la virtud máxima en la 4T, es de esperar hasta un premio por lo hecho.

El asunto es, por lo menos, ignominioso. Pero muestra también las dificultades de un movimiento que se pretende purificador de la vida política y social; si la purificación pasa por la supuesta redención de los más abyectos, quienes probablemente nunca dejarán de serlo, las contradicciones no dejarán de aflorar. Tendremos por un lado a los igualados, que quieren que ésta sea una sociedad de iguales, y por el otro a los esbirros oportunistas, que se suben a un ladrillo y desde allí agreden a los demás. Yo prefiero a los igualados.

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Roberto Blancarte
  • Roberto Blancarte
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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