La reunión y adhesión a una plataforma anticomunista de un buen número de senadores del PAN (y dos del PRI) con dirigentes del partido neofascista o neofranquista español “Vox” solo hizo evidente lo que ya se sabía: que, en esos partidos, particularmente en el PAN, siempre ha habido un ala de extrema derecha: xenófoba, antiinmigrante, católica o cristiana ultraconservadora, antimoderna, racista y clasista, etc. Como era de esperarse, las reacciones de condena no se hicieron esperar, incluyendo, por supuesto, la de muchos dirigentes de izquierda que aprovecharon para darse a sí mismos la razón de sus argumentos polarizantes. Pero al hacer esto, dejaron de verse en el espejo e ignoraron los muchos elementos que los unen en su quehacer político. El común denominador se llama populismo y éste es el mejor ejemplo de que puede ser de derecha o de izquierda, pero, en el fondo, comparten su manera de concebir el mundo. Eso es lo que acerca a partidos y movimientos en teoría tan diversos como los que llevaron al poder a Chávez, Trump, Bolsonaro, López Obrador y son los que están alimentando a partidos neofascistas o de extrema derecha como Vox, Alternativa para Alemania, Rassemblement National en Francia y muchos otros.
Ya en su momento, diversos autores clásicos sobre el fascismo (pienso en alguien como Renzo Di Felice) identificaron muchas de las características de ese movimiento político, que luego serían heredadas por el populismo latinoamericano. Federico Finchelstein publicó hace pocos años un libro titulado, Del fascismo al populismo (Taurus), comparando dichos fenómenos. Lo que él básicamente sostiene (y con lo que coincido) es que el populismo sería el sucesor del fascismo en la posguerra, aunque renunciando a la violencia y aceptando la democracia formal. Dice: “populismo es el término clave para entender las resonancias fascistas de eventos y estrategias políticas que reformularon los legados del fascismo para los nuevos tiempos democráticos. Tras el disfraz de formas posfascistas de democracia antiliberal, el fascismo continuó su legado a través de varias combinaciones de populismo y neofascismo”.
Llama la atención, por ejemplo, cómo los populismos, en línea con los fascismos, tienen una concepción mística del poder, son regímenes políticos de masas, combinan un discurso revolucionario con apoyos sociales que no transforman nada, pretenden crear una nueva clase dirigente, revalorizan un fuerte aparato militar e impulsan el papel del Estado como agente económico preponderante. Los populismos añaden además un nacionalismo ramplón basado en una concepción moral de la política, donde lo bueno y lo malo se decide con juicios de valor y muchas veces por encima de la ley. Vox, por ejemplo, creció al enarbolar un nacionalismo español que se opuso al separatismo catalán, o al de otras comunidades. Y aquí en México, los grandes inquisidores en el poder que deciden sobre lo bueno y lo malo, sobre lo correcto y lo incorrecto, justamente si se quiere, lo condenan. Pero no se ven al espejo y no se dan cuenta de que su propio nacionalismo populista tiene las mismas raíces que el de su adversario.
Roberto Blancarte