“La pederastia clerical es, ante todo, un acto criminal. Es la profanación y el sometimiento del cuerpo de un menor para satisfacer las patologías sagradas. Es el abuso del clérigo de su investidura simbólica. Es un atropello trágico que deja secuelas imborrables en el cuerpo y en el alma de las víctimas. El depredador sagrado quebranta la confianza que la sociedad deposita en su representación social”. Así comienza la introducción del libro Depredadores sagrados; pederastia clerical en México, que coordina Bernardo Barranco Villafán y al que contribuyen víctimas, analistas e incluso un sacerdote. Sintomáticamente, aparece en librerías al mismo tiempo que sale a la luz en Francia el informe de la comisión independiente, aunque apoyada por el episcopado de dicho país, que denuncia los cientos de miles de casos de menores de edad abusados por decenas de miles de sacerdotes durante los últimos 70 años. El cálculo de 216 mil víctimas aumenta a 330 mil si se toma en cuenta al personal laico o seglar (es decir, no sacerdotes) que también forma parte de la Iglesia católica. Y en ese caso estamos hablando solo de Francia.
El libro coordinado por Barranco documenta, mediante testimonios de varias generaciones de víctimas, lo que ha significado también para nuestro país la prácticamente impune acción de estos “depredadores sagrados”, ante la pasividad de autoridades civiles, eclesiales y de la misma sociedad que, por ejemplo, sigue abarrotando los colegios de los Legionarios de Cristo. Barranco señala que “la psiquiatría moderna y las ciencias de la conducta definen el abuso sexual de un menor como un ‘asesinato psíquico’”. Desde esa perspectiva, en México nos enfrentamos sobre todo a un silencio entre cómplice y culposo. No nos hemos atrevido a ahondar en la materia porque probablemente nos encontraremos el equivalente a muchas fosas de desaparecidos. Solo que, en este caso, muchas de las víctimas todavía viven y se preguntan cuándo llegará la justicia terrenal para estos depredadores.
Si el cálculo que hace casi 20 años hizo el Boston Globe acerca del número de sacerdotes pederastas es válido para México, estamos hablando de un 7 por ciento de depredadores entre los sacerdotes católicos. Pero no lo sabremos a ciencia cierta hasta que la justicia mexicana se haga cargo de este expediente, hasta que la propia Iglesia católica (y también las evangélicas o protestantes) asuman su responsabilidad y dejen de encubrir a sus violadores y hasta que la sociedad mexicana decida que este es un asunto al que se tiene que enfrentar. La clave es la falta de compromiso con la verdad de las iglesias involucradas, particularmente la católica, que hasta ahora sigue funcionando con la lógica de la omertá siciliana. Una ley del silencio que privilegia en este caso a la institución por encima de la verdad o de la justicia. Una ley a la que no le importan las víctimas, aunque estas sean niños y niñas. Como señala en este libro Ana María Salazar: “Aún recuerdo cómo me mataron a los ochos años, cómo me fui para nunca más volver: me dije adiós en la capilla donde me violaban mientras me decían que no era algo malo porque Dios nos estaba viendo”.