Hace muchos años, por ahí de 1993, relativamente poco después de la caída del Muro de Berlín, asistí a un congreso de sociólogos de la religión en Budapest. Me encontré con un profesor alemán, de mediana edad, de alguna de las universidades de la ya desaparecida República Democrática Alemana. Se había quedado sin trabajo, pues sus conocimientos sobre marxismo ya no le servían para mucho y estaba tratando de reciclarse de alguna manera. El régimen que lo había formado y que había moldeado su visión del mundo y su quehacer profesional, simple y sencillamente había desaparecido. Le habían enseñado a tener y transmitir una verdad, y a condenar las visiones antagónicas, no a debatir libremente con ellas. Hasta que un día la gente, harta de ese modelo de sociedad, derribó el muro y el sistema que lo construyó. Me acordé de esta breve experiencia por el asunto del CIDE y por lo que parecería ser un intento muy torpe, personal o institucional de Conacyt de querer moldear una institución a un modelo de pensamiento o a una determinada ideología acorde al gobierno en turno. La anécdota me lleva a dos conclusiones:
1) Los cambios de régimen suelen suponer fuertes sacudidas al mundo académico, pues sus implementadores no quieren tener en los centros de formación intelectual a personas que piensen de manera contraria al modelo de sociedad que se busca imponer. En México tuvimos un cambio de gobierno, el cual pretende que sea un cambio de régimen.
2) No hay nada peor para el mundo académico que un comisario político al frente de sus instituciones. El comisario político puede tener o no un bagaje universitario, o incluso ser parte del propio claustro de profesores. El problema es que no va a actuar en nombre de criterios académicos, sino políticos. Es un inquisidor puesto para vigilar el buen comportamiento político-ideológico de los miembros de la institución. Por lo tanto, los criterios académicos salen sobrando. Así funcionaban las academias de ciencias de la URSS y así funciona la de China. Lo que importa es el apego a las líneas ideológicas dictadas desde el poder político. Y el mundo de la ciencia, sobre todo el de las ciencias sociales, requiere para avanzar de una cosa que se llama libertad de cátedra y libertad de investigación.
En mi ya larga carrera como académico, me ha tocado enfrentar intentos de intromisión política en el quehacer científico, así como uno que otro director autoritario, poco respetuoso de las formas institucionales y de la vida académica, la cual, por lógica, debe ser libre y autónoma. Y es esta autonomía la que muchos políticos y sus esbirros no suelen respetar. Por supuesto, todos tenemos derecho a tener convicciones políticas. Se vale tenerlas e incluso impulsar una determinada visión del mundo. Pero la academia no puede estar al servicio de un proyecto político. En el momento que esto sucede, es el fin de su misión. En el Cono Sur, durante las dictaduras, muchas universidades tuvieron rectores militares. Les costó años recuperarse de ello. En México todavía no llegamos a la era de los rectores militares. Pero por lo pronto ya se hacen ensayos con comisarios políticos.