Cual balde de agua fría, el caso de Fátima, la pequeña de escasos siete años de edad que fue violada y torturada en la Ciudad de México, literalmente ha puesto al desnudo los desgarradores alcances de un problema público en el que lamentablemente se han convertido las múltiples expresiones de violencia en razón de género, que sistemáticamente padecen las mujeres de todas las edades a lo largo y ancho del país.
Un problema que no sólo vino a trastocar las fibras más sensibles de los sentimientos de solidaridad en la sociedad mexicana; sino que además, institucionalmente interpela los fundamentos mismos de una pretendida eficacia y eficiencia de no pocas instituciones públicas que, al menos en el discurso, han situado su razón de ser en la finalidad de garantizar el ejercicio pleno de sus derechos humanos.
Hablando en estricto sentido desde una perspectiva de política pública, un buen punto de partida sería reconocer que la naturaleza pública del problema de las violencias en razón de género es motivada por múltiples causas, que pueden ir desde las desigualdades estructurales que imperan en la sociedad mexicana y que sitúan en clara desventaja a las mujeres, pasando por la insuficiente capacidad de respuesta de nuestras instituciones para atender el problema de manera integral, hasta los marcos cognitivos de un orden social que reproduce y propicia las violencias en razón de género.
Tal perspectiva resulta crucial para comenzar el urgente proceso de reflexión crítica que deberá emprenderse al interior de múltiples instancias públicas y privadas y, de manera señalada, en aquellas autoridades, organismos de la sociedad civil y entidades privadas que desde finales del año 2016, se vieron implicadas en la conformación del llamado Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), y que lamentablemente no ha sido suficiente para responder oportunamente ante los desafíos que supone la creciente normalización y tolerancia de la violencia contra las mujeres, las asimetrías estructurales que continúan limitando sus posibilidades de desarrollo, así como las crecientes expresiones de violencia extrema como la sufrida por Fátima.