Política

Prostitución y vicio

No es mi asunto detenerme en los idiotas que pretenden minimizar el horror de lo sucedido en París al confrontarlo con el de Ayotzinapa —como si a los 43 nadie les hubiera hecho caso—; con el atentado de días previos en Beirut —al cual, efectivamente, muy pocos hicieron caso—; con los bombardeos a efectivos de ISIS en Siria; con otras tragedias en México, o con el hecho de que la descarnada política exterior de Estados Unidos es parte del origen de no pocos grupos militantes de Medio Oriente, señalamiento equivalente a querer disculpar a Hitler recordando que su papá le pegaba de chiquito.

El problema aquí no es ése, sino que en el nombre de un Dios "compasivo y misericordioso" haya quienes se vanaglorien de asesinar en un par de días a casi 200 almas, condenadas por pecados como ir a un concierto, o a un partido de fut, transgresiones tan terribles como cualquier manifestación cultural distinta a las que pretende recrear ISIS, en 2016, en su proyecto de Estado teocrático a imagen y semejanza del que fundó Mahoma en el 622.

Para los infieles hay una única disyuntiva: convertirse o morir. ISIS tiene la particularidad de haberse constituido como califato, o Estado, con territorio y leyes propias, cuyo mandato primario es extenderse a través de la yihad, o guerra santa, hasta que el mundo entero quede bajo su dominio. Cualquier ciudadano está llamado a pelear; por eso, la barbarie abanderada por ISIS la cometen tanto milicianos entrenados como orates solitarios con explosivos escondidos en los calzones. Para su reclutamiento es tierra fértil la periferia de las urbes francesas, llenas de hijos y nietos de aislados y resentidos migrantes islámicos.

Lo terrible de esta situación es que toda negociación es imposible, porque ISIS considera cualquier desviación de sus dogmas como debilidad o pecado. La espada de doble filo es que si para el infiel ofrecen solo conversión o muerte, para ellos la opción única es, a su vez, convertir o morir, siendo el martirio uno de sus mayores triunfos. Quizá algunos militantes pueden ser, como lo son, persuadidos a abandonar el barco, pero la única manera de acabar con la cúpula es, literalmente, cortándole la cabeza.

Por eso, tendremos guerra para rato. Quienes no somos soldados formales podemos, y debemos, pelearla, pero no con balas o bombas: todo habitante del presente tiene el deber de demostrarle a esos monstruos, con igual o más enjundia que la de ellos, cómo se viven los valores de la civilización moderna: la alegría, el placer, el libre albedrío y el gozo por la razón, el debate y el pensamiento abierto.

Tal y como se hace todos los días en París.

Twitter: @robertayque

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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
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