Política

El gran elector

Hoy caigo en la cuenta de que equiparar a Morena con el viejo PRI es una injusticia. Porque ese PRI, al menos, fue una dictadura de partido como las de Dinamarca: con reglas sucesorias claras y estructuras de poder que podían ser oficiales o extraoficiales, pero que estaban más o menos delimitadas, y que, generalmente, eran acatadas a cabalidad por sus disciplinados cuadros. Lo anterior, entre otras cosas, le permitió turnarse pacíficamente el poder en México por más de 70 años, siempre a espaldas de los mexicanos, aunque con la anuencia consciente o inconsciente de la mayoría de éstos.  

López Obrador añora todo lo anterior, y busca constantemente imitarlo y revivirlo, para eso armó ese golem llamado Morena que, como lo fueron antes el PRD y el PRI de la dictadura —al cual, recordémoslo, el tabasqueño se afilió justo después del jueves de Corpus—, sólo es un vehículo conducente a la adquisición y mantenimiento de su poder personal. La diferencia es justo esa: mientras los priistas de viejo cuño entendían que el caudillismo transexenal era kriptonita para eso que Vargas Llosa bien bautizó como la “dictadura perfecta”, AMLO no tiene la menor intención de volver a resucitar una organización que permita el pillaje longevo, ordenado y generoso del país por parte de su grupo de compañeros políticos, sino que se inclina por una atalaya que lo sostenga a él y sólo a él por encima de todos, mientras respire. Después, que se hunda México y háganle como puedan.  

La sucesión del 2024 se inserta totalmente en esa lógica. Por eso Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Claudia Sheinbaum no se molestan en hacer una semblanza de programa de gobierno, ni se esfuerzan siquiera en promocionar los colores de su partido. Para ellos lo importante, lo único importante, es lograr que López, y sólo López, se convenza de que ellos no lo van a llamar a rendir cuentas, sino que más bien le van a hacer estatuas, obras y avenidas con su nombre a lo largo y ancho del país, y que los va a poder seguir controlando a placer desde su Soledad de la Mota tabasqueña.  

Lo que falta ver es si la abyección nuclear, Jacobo, nuclear, requerida dentro del universo de Morena para amansar las inseguridades de López Ungidor no le resulta contraproducente al ciudadano común: eso de ver a Ebrard prometerle a Andy López una secretaría para honrar las payasadas de su papá, y encima ser rechazado, es como rayar el pizarrón con uñas de acrílico. Y del Yo AMLO a Claudia mejor ni hablamos. Por eso será crucial para el país lo que hagamos en las urnas en 2024, cuando, gracias a un par de instituciones que se han esforzado en resistírsele al presidente, los ciudadanos todavía podemos decidir si queremos balearnos en el pie frente a un tigre o seguir con vida.  

Quizá sea la última vez. Porque López ya ni con sus propios tapados se conforma: ayer mismo afirmó que él ya sabe quién será el candidato opositor, y que, sin equivocarse, lo revelará en dos días, añadiendo que éste saldrá de una cúpula conservadora, que será decisión de un solo hombre y que el candidato o candidata se dedicará a seguirle robando a México. 

Lo dicho: es-pejito, todo allí es-pejito. 


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
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