No me sorprende que haya intelectuales, artistas o académicos al servicio del poder. Lo que me deja patidifusa es que, a la usanza de todo lo demás en la T4, esos supuestos hombres y mujeres de ideas se emperren cada día en mostrarnos quién rebuzna más fuerte.
La última de sus perlas desnuda de cuerpo completo el pensamiento conservador, machista, paternalista y condescendiente requerido para aglutinarse alrededor de López Obrador. Ahora resulta que Xóchitl Gálvez, la precandidata que más le quita el sueño al Presidente, no puede ser indígena, no puede tener orígenes indígenas, porque es ingeniera y empresaria.
Los que vivimos los años 70 de doña Esther Zuno y sus huipiles recordamos ese falso nativismo xenófobo, nacionalista y trasnochado que, como el resto de los grandes vicios del PRI de la dictadura, López parece haber asumido a cabalidad. Entonces, como ahora, un gobierno de mestizos coronó a la raza de cobre con un halo mítico, pintándola como depositaria de saberes ignotos y lamentando las pérdidas de sus tesoros a manos de los malditos blancos, colonizadores e imperiales, borrando de un conveniente plumazo el hecho de que los señores de Tenochtitlán eran, si no blancos, tan colonizadores e imperiales como el mejor gachupín.
Ese es el discurso. En los hechos, el gobierno mestizo perpetúa a cabalidad la opresión y el despojo heredados de la Conquista, relegando a los pueblos buenos y originarios a una miseria inescapable, donde no pueden existir fuera de su milpita en camisa de manta o bordando grecas coloridas, teniendo cuidado de siempre usar a uno o dos en traje típico como adornos de campaña, eso sí.
Nada de eso se debe a un genuino respeto, ni siquiera a un conocimiento o estudio cabal, no: el indigenismo del viejo PRI, como lo es hoy el de Morena, es simple escenografía, un escudo ramplón contra ideas percibidas como imperialistas o extranjerizantes: cosas como, digamos, la democracia, los derechos humanos, el progreso y la modernidad, tan ajenas a los usos y costumbres de los pueblos ancestrales.
Los que hoy son gólems de aquellos lodos reclaman de vuelta el penacho de Moctezuma mientras arrasan con la selva Lacandona, o le piden a España que se disculpe y bajan las efigies de Colón mientras abren el sexenio recortando a la mitad el presupuesto del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. Así, es natural que quienes se dicen los depositarios del ideario de la T4, que es el mismo del PRI de los años 70, se descuadren cuando una mujer de claras raíces hñähñus no venda artesanías en huaraches y en la calle, donde calladita y agachadita se ve siempre más bonita.
Xóchitl Gálvez, encima de botarles el chip, comete un doble, si no es que triple o cuádruple pecado: es indígena y exitosa, y orgullosa de ser las dos cosas, y además es mujer, malhablada y socarrona. Y nada de eso es digerible para quienes han probado ser más de lo mismo: los que se dicen feministas por subir a un montón de floreros al gabinete con la clara intención de que el machito en jefe los controle y relegue al rincón con más facilidad.
Ya chole.