La primera mentira ha sido la promesa de no mentir. Este es uno de mis principales reclamos al presidente Andrés Manuel López Obrador: miente con consciencia.
Ha de considerar que se justifica a la hora de destruir a quienes él considera sus adversarios. Por encima de la verdad está su proyecto político, todo se ha valido con tal de ponerle en pie y sostenerlo en el tiempo.
Le tiene sin cuidado que recibamos una versión manipulada de determinados hechos, siempre y cuando, con su decir mentiroso se afiance la transformación que él representa. No es novedad que el poderoso mienta, lo que es diferente ahora es la debilidad de los medios de defensa frente a la mentira pública.
Las libertades democráticas presuponen mecanismos, relacionados con la igualdad en el ágora, para refutar la ficción social.
Esto no quiere decir que en las democracias se mienta menos, sino que este régimen proporciona un antídoto contra la falsedad.
El problema de la relación que sostiene el presidente mexicano con la verdad es que esos medios de defensa terminan siendo inoperantes.
En concreto, hoy en México la réplica es un mecanismo descompuesto.
El Presidente puede mentir, por ejemplo, con respecto al costo real de la cancelación de un aeropuerto, la anulación de las becas para doctorado, puede también falsear información a propósito del padrón de desaparecidos, o sobre contratos públicos que nunca existieron. Ciertamente no hay cómo contradecirlo sin que tal cosa implique consecuencias negativas superiores al beneficio del desmentido.
Respeto enormemente a los colegas del periodismo que han tenido la valentía de presentarse en la conferencia mañanera para refutar las mentiras del Presidente. Entre esas intervenciones, son memorables la más reciente de Ernesto Ledesma y también las de Julio Hernández, Astillero.
Les pregunto si valió la pena. Si con su intervención lograron desanudar la intencionalidad de las mentiras presidenciales, disminuir la magnitud del daño de la desinformación o conjurar la posibilidad de que las falsedades continúen esparciéndose.
Zoom: la mentira pública es un mal grave. Sin embargo, la hemos normalizado para no incomodar la marcha del poder. En lo político, cierro este año con un solo deseo: que los medios de defensa frente a la falsedad generalizada regresen a manos ciudadanas.