
“‘Quiero que me des un masaje en el estómago porque tengo unos dolores muy grandes’, (entonces), él me guía mi manita de doce años y me dice ‘más abajo', hasta que siento que mi mano le está tocando su erección”.
Este testimonio es de Juan José Vaca, un hombre que actualmente tiene ochenta y ocho años y fue integrante de la Legión de Cristo.
Marcial Maciel es la persona que abusó de él, por primera vez, una noche de diciembre de 1949. “Me sentí petrificado —narra aún dolorido— y (a partir de ese momento) fueron 13 años de angustias y confusiones internas”.
Este testimonio hipnotiza, entre varios otros, durante la narrativa del documental dirigido por el argentino Matías Gueilburt que esta semana se estrenó en HBO: Marcial Maciel: el Lobo de Dios.
El título no podía ser más preciso. El fundador de la Legión de Cristo no fue un cordero, sino un sujeto despojado de humanidad, un individuo perverso que se dedicó a engañar, toda su vida, hasta el punto de pretender que por ello merecía la canonización.
Dios no escribe renglones torcidos, es el hombre el que traza las letras chuecas de su nombre para imponerse con argumentos nada divinos.
Fernando González, psicoanalista y biógrafo de Maciel, se refiere al Lobo de Dios como un travesti identitario. El término apenas si alcanza para caracterizar a un sujeto que coleccionó varias personalidades, entre las que sobresalen la de un agente de la CIA, un padre amoroso de familia (en realidad fueron dos familias), el genio financiero, un santo varón, el pederasta y un morfinómano.
“Tengo estos pinchazos porque debo hacerlo para realizar la obra de Dios”, explicó a los novicios que descubrieron las cicatrices de sus brazos lesionados.
José Luis Vaca interviene de nuevo: “decía que se inyectaba calmantes y nos enviaba a los chicos a comprar Dolantina, un fármaco derivado de la morfina”.
De acuerdo con esta misma fuente, Maciel llegaba a consumir, en solo dos horas, hasta una caja completa de ampolletas. Una de esas ocasiones fue a dar a urgencias para que le limpiaran la sangre.
En el hospital romano, Salvator Mundi, lo visitó de improviso el cardenal Valerio Valeri, antiguo colaboracionista del régimen Nazi que, después de la Segunda Guerra, fue nombrado por Pio XII como prefecto responsable de velar por la vida de las y los religiosos de la Iglesia.
Este cardenal se encargó de esconder debajo de la alfombra blanca y amarilla los secretos del gran Legionario pecador. Aquella fue la primera vez que las altas esferas de la curia encubrieron los rumores que ya corrían sobre el acoso y la toxicomanía.
El documental de Gueilburt logra contrastar de manera extraordinaria la existencia contrahecha que Maciel ejercía en la intimidad, con la vida pública que lo convirtió en uno de los actores más influyentes del catolicismo planetario durante el siglo XX.
El tercer capítulo de esta serie documental, previsto para difundirse el próximo jueves 21 de agosto, está dedicado al respaldo —franco y sin restricciones— que Juan Pablo II otorgó a Maciel. Se trata de uno de los momentos más ominosos de la historia vaticana ya que únicamente la corrupción podría explicar el poder papal otorgado a un sujeto que fue la antítesis de la santidad.
Antes de convencer al Vaticano, Maciel se hizo cómplice, en España, del régimen franquista —que encontró en su liderazgo religioso un lugar donde consagrar el conservadurismo hipócrita reinante en ese país hasta la muerte del dictador—.
Pero ninguna complicidad fue más escandalosa que la concedida en su país de origen. Su ascenso vertiginoso a las alturas del poder eclesial solo puede explicarse por la manera como aprendió a engañar a las élites mexicanas que se rindieron mansamente a su teatralidad, acaso para lavar sus propios pecados, donando cantidades exorbitantes de dinero con el cual iba después Maciel a sobornar, por igual, a autoridades españolas, romanas, irlandesas o estadunidenses.
Ciertamente, sin el arropamiento que de origen obtuvo Maciel de sus empoderados compatriotas, no habría destruido tantas vidas, ni provocado tanta maldad a su paso: a lo largo de su vida sumó sesenta víctimas de abuso sexual.
La secta edificada por Maciel, gracias a sus colegios y universidades, tiene un origen vergonzoso que nadie conectado con su obra habría de atreverse a subestimar.
No obstante, quebrar la censura —el pacto de silencio, como lo llama el periodista Emiliano Ruiz Parra– ha llevado demasiado tiempo y ha requerido también mucha valentía por parte de las víctimas que se decidieron a denunciar.
No pasa desapercibido que un documental como El Lobo de Dios haya tardado tanto en llegar a la pantalla de la televisión, siendo que hace casi treinta años, Maciel fue por primera vez acusado por un grupo de ocho ex Legionarios de Cristo —liderados por Juan José Vaca, José Barba y Alejandro Espinosa— que habrían sido violentados en su infancia.
También llama la atención que siendo una historia tan mexicana haya sido necesario buscar una plataforma extranjera para contarla. Tres décadas de información mutilada y censura frenética sólo pueden explicarse por la influencia que la orden de la Legión de Cristo continúa sosteniendo sobre una porción grande de la élite mexicana.
Este fue el principal éxito del Lobo de Dios: no solo reclutó a los hijos de las clases empoderadas, también se aseguró de que fueran cómplices de sus abominaciones.
Así se explica, por ejemplo, la orden que llegó desde la presidencia de la República, en época de Ernesto Zedillo, para combatir a CNI Canal 40, cuando sus periodistas decidieron darles voz a las víctimas; o el cierre, pocos años más tarde, del noticiero que conducían Carmen Aristegui y Javier Solórzano.
Incluso, cuando en 2010, el papa Benedicto XVI se vio obligado a reconocer que Maciel era un hombre enfermo de la cabeza, la Legión hizo todo cuanto pudo para apresurar la vuelta a la página y la desmemoria.
Pero eso no será ya posible. Como dice Ruiz Parra, bastó el coraje de los ocho resistentes para evitar la canonización de un demonio y también para obligar a la Legión a tomar consciencia de que, además de Maciel, muchos otros de sus acólitos continuaron detrás suyo con su obra perversa.