
Mario Vergara solía decir que en México hay tres tipos de noticia: la buena es que regreses vivo a tu casa, la mala es que te encuentren asesinado en la calle y la peor es que te desaparezcan.
Él dedicó los últimos nueve años de su vida a encontrar personas desaparecidas. El martes pasado, 16 de mayo, halló a la última víctima. Gracias a Mario, la familia de Lesly Martínez pudo velarla en paz.
Diecisiete días antes, el domingo 30 de abril, Lesly había subido al carro de un ex novio y, desde entonces, no volvió a saberse de ella. La única pista que hubo fue un rumor a propósito de que su cuerpo habría sido abandonado en Guerrero. Las autoridades la buscaron sin suerte, pero Mario hizo que apareciera el cuerpo de esa chica.
Él se ganó una gran reputación, primero en su municipio, luego en el estado de Guerrero y finalmente a escala nacional. No solo era un hombre valiente y también confiable. Desarrolló habilidades extraordinarias para buscar, encontrar, exhumar e identificar cuerpos sin vida.
La historia de Mario Vergara es la otra cara de un país violentísimo. El rostro humano que confronta la deshumanidad.
El miércoles 5 de julio de 2012, el taxista Tomás Vergara fue secuestrado. Su familia recibió una llamada para exigir rescate a cambio de su vida. Ni su hermano Mario ni nadie más volvieron a saber de Tomás.
Pasado el tiempo la madre de ambos pidió a Mario que fuera a buscar el cuerpo a los cerros. Ya se oía decir que el crimen escondía bajo tierra a sus víctimas.
Dos años después, en septiembre de 2014, desaparecieron en Iguala, Guerrero, los 43 normalistas de Ayotzinapa. Los padres de estos muchachos no se resignaron y salieron a buscarlos.
El escándalo hizo que desembarcara en Guerrero un aparato muy grande de policías, militares y fiscales. Un par de semanas después un grupo de funcionarios dio con una fosa clandestina. Al exhumar los restos la autoridad corroboró que no estaban relacionados con los estudiantes.
Entonces aquellos huesos perdieron relevancia. Sin embargo, familiares de los otros desaparecidos acudieron a ver la fosa. Una mezcla de frustración, tristeza y enojo hizo erupción al tomar conciencia de que solamente los 43 eran relevantes para el gobierno.
Entre esas personas indignadas estaba Mario, que llevaba esperando dos años por alguna noticia que pudiera indicarle el paradero de su hermano. Durante los años previos Guerrero se había convertido en un grandísimo panteón.
Los grupos criminales que operaban, y aún siguen operando, destruyeron la vida de cientos y luego ocultaron sus cuerpos.
Inspirado en los padres de los 43 normalistas, Mario Vergara fundó una organización que fue bautizada como “Los otros desaparecidos”. Muy rápido se integraron a este colectivo familiares que se encontraban en una búsqueda similar a la del fundador.
Mario contó al periodista Darwin Franco que el domingo 16 de noviembre, por primera vez, salió a buscar fosas clandestinas en los cerros de La Joya, con la esperanza de encontrar alguna pista sobre su hermano.
Mario vendía entonces cerveza y tenía dentro de su local un billar donde acudía gente de Huitzuco. Al principio nada sabía de técnicas de exploración o de identificación de restos.
Con una disciplina extraordinaria aprendió a pasar horas bajo los rayos del sol, a detectar movimientos en la tierra que pudieran delatar una fosa. De tanto andar con los peritos que andaban buscando a los 43, aprendió su técnica.
Al año siguiente visitó a un amigo que ejercía el oficio de herrero. Le contó que los buscadores del gobierno traían una varilla que les servía para picar el suelo y con ello detectar una fosa.
El amigo le fabricó un instrumento similar, pero, a petición de Mario, en un extremo puso una suerte de volante que iba a servirle para hundir la varilla más hondo. Según Mario, el instrumento de los peritos profesionales no lograba penetrar la tierra más de 20 centímetros. Con la suya, en cambio, era posible ir hasta los 60 centímetros de profundidad.
Luego se aprendió los huesos del ser humano. Memorizó la forma de las 32 piezas dentales y de las 33 vértebras. También se familiarizó con las costillas, las caderas y los omóplatos.
Para 2016 Mario ya había ganado un enorme reconocimiento como buscador no solo en Guerrero, sino en otras entidades del país donde también se buscaban desaparecidos.
En su haber está el haber encontrado más de 200 fosas clandestinas y haber identificado unas 60 personas, la mayoría en Guerrero.
En un país donde hay más de 100 mil personas desaparecidas, de las cuales, cerca de 45 mil se borraron de la faz de la tierra en los últimos años, Mario se convirtió en un referente muy importante para los colectivos de víctimas.
Solía decir que él no tuvo estudios universitarios, pero hizo un doctorado en recorrer largas distancias al rayo del sol para explorar extensiones muy grandes.
En estas andanzas conoció a Cecilia y con ella se volvió el papá de Julieta, una niña que hoy tiene 8 años.
Cecilia murió durante la pandemia de covid y Mario perdió la vida dos días después de haber encontrado el cuerpo de Lesly Martínez. Julieta se ha quedado huérfana.
Mientras trabajaba en el negocio de su familia —una recicladora de basura— cayó sobre su cabeza una paca enorme de pet comprimido.
Mario le entregó paz a muchas personas que no la tenían, porque, como él decía, cuando la desaparición llega a las familias, nada vuelve a ser igual.
Su biografía será un referente por muchos años. Mario es el lado B de la tragedia mexicana de la violencia. La generosidad inmensa que es capaz de transformar la tragedia.