María va a ser mamá y como derechohabiente, gracias al trabajo de su esposo, tramitó su primera cita médica. Sin embargo, la clínica que le corresponde no tenía citas disponibles, así que después de un par de semanas intentando conseguirla, vio que al otro lado de la ciudad había más disponibilidad y cambió su domicilio para por fin poder ir al médico.
Llegó el día y se trasladó en taxi para evitar riesgos. Hizo fila junto al puesto de tamales en la entrada del hospital hasta que le tocó pasar con dos enfermeras a dar sus datos; luego le tomaron la temperatura y le dieron gel antibacterial. Pasó a la ventanilla y le pidieron la información que quedó registrada en la cita que hizo en línea; le dijeron que si no la llevaba tendría que sacar otra cita. Entregó la información y avanzó al siguiente piso para su consulta.
Ya en la sala de espera, escuchaba en tono sigiloso que a la tercera edad la tratan mal; que los doctores tienen quince minutos para atender a cada paciente; que a embarazadas las atienden solamente en emergencia; que es mejor la consulta en la farmacia. Pero de todo lo que presenció, dos situaciones marcaron su día. Primero, un señor con una niña enferma en brazos y una señora con visible malestar; ambos escuchando al doctor decir “ya no hay consultas, me tengo que ir”. Después, una chica con el tobillo roto que pedía una silla de ruedas, pero la enfermera, quien no dejó de mirar su celular, se la negó. Hasta que otra enfermera le llevó la silla y le dijo que no moviera el pie, murmurando molesta que eso pasa cuando el amiguismo se encarga de dar trabajo.
Por fin gritaron “María” y pasó al consultorio. Revisaron signos vitales y le preguntaron qué tenía. Ella respondió que se acababa de registrar y era su primera visita, que no tenía malestares pero que sabía que tenían que vacunarla por su bebé. La doctora le respondió que entonces a qué había ido a consulta. Le dio su cartilla y la mandó al otro lado del pasillo por la vacuna de tétanos. Pasó más rápido y el doctor que vio la cartilla le dijo “Te voy a poner la primera dosis… tienes suerte de que haya, aunque para la segunda ya no alcanzas y no sabemos si en un mes habrá más vacunas. Esperemos que tengas suerte porque en un privado cuesta mil pesos”.
Un par de horas después María salió de su primera cita, frustrada, desconsolada, molesta, en fin, pensando qué hacer para que su embarazo sea bien atendido; que no se convierta en una emergencia como en muchos casos se ha documentado y que su derecho a la seguridad social no sea cuestión de suerte ¿Cuántos retos, ajenos a la pandemia, pero cada vez más consolidados en un obsoleto sistema de salud vive una madre ante la seguridad social?
Ricardo Corona*
* Abogado especialista en análisis de políticas públicas en materia de justicia y estado de derecho