Hace poco se escuchó, desde el micrófono mexicano más popular, que los medios de comunicación viven una época oscura: son injustos, lejanos al “pueblo” y cercanos a “grupos de poder”. Que están en su peor época porque ya no hay prebendas gubernamentales. También se expuso, por ir en contra del gobierno (más no por estar equivocados), un listado de representantes de la academia y sociedad civil.
Desde la academia, en derecho, por ejemplo, se enseñan reglas básicas como “si es a, entonces debe ser b”; es decir, si se comete una negligencia, o se viola la ley (de obra o compras públicas, electoral, un proceso penal, etc.), entonces debe haber consecuencias. Un sector que, por su papel en la cadena de transmisión de conocimiento, estará del lado de la historia y de las instituciones, no de los gobernantes.
Las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, son un sector que ha contribuido en madurar la participación ciudadana. Muchas veces gracias a apoyos de organizaciones o gobiernos extranjeros, y no por ello dejan de estar sujetos a estrictas reglas de rendición de cuentas que ya quisieran un metro, un tren, un aeropuerto o una mañana cualquiera. Se han dado a la tarea de generar gran parte de lo que carecen esos simbólicos mensajes cotidianos que hablan de “pueblo” y “grupos de poder”: información y datos sustentados en evidencia documentada, disponible a todo mundo para debatirse, sin vacuidades intelectuales y más importante aún, abiertas a la crítica y al error.
Ambos sectores, académicos y organizaciones de sociedad civil, son permanentes fuentes de consulta para medios de comunicación que, a pesar de sortear con uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, la mayoría entiende su papel como vínculo entre ciudadanía y quehacer público para informar, no para complacer y de eso la ciudadanía se da cuenta.
El oscurantismo es una práctica que ha cambiado según la época. En el siglo xvii se usó para limitar el acceso al conocimiento a una élite, a los “machuchones” de esos días. Pero en el siglo xix su significado viró para aludir a quienes escribían o mandaban mensajes complicados para, muchas veces, ocultar vacíos intelectuales. Hoy el país vive un oscurantismo a la mexicana que, además de esa vacuidad intelectual que se aferra al quehacer público, sobreexplota el uso de símbolos políticos. Esos que mueven masas al son de expresiones como “mafia en el poder”, “pueblo sabio”, “adversarios”, “no somos iguales”, “austeridad republicana” y otros tantos que han aportado más a la división social que al desarrollo. Expresiones simbólicas que cínicamente van en contra de una realidad que, esa sí, parece aproximarse a la época oscura del Estado de Derecho mexicano.
Ricardo Corona
* Abogado especialista en análisis de políticas públicas en materia de justicia y estado de derecho.