El 17 de enero de 1920 entró en vigor la Ley Volstead de Estados Unidos que prohibía la fabricación, venta y transporte de bebidas alcohólicas. Su origen fue la defensa de una bandera moral que en ese momento se creyó “la correcta” y que se veía amenazada por el incremento de consumo de bebidas alcohólicas y lugares de esparcimiento. Una prohibición que permaneció hasta el 6 de diciembre de 1933 y fue mejor conocida como la época de la prohibición, en la que mil 500 agentes se encargaron de vigilar su acatamiento y de aplicar sanciones a diestra y siniestra. Sin embargo, paradójicamente, en lugar de contener el riesgo que el consumo de alcohol representaba para la salud y seguridad públicas, dio pauta al surgimiento de una desconocida delincuencia organizada; de un mercado negro de alcohol de baja calidad que terminó siendo más dañino para la salud; de nuevos delitos; y quizá el peor de todos los efectos, de las graves consecuencias en la estructura estatal por corrupción en sus policías, políticos y jueces.
Una prohibición muchas veces representa el incentivo perfecto a la creatividad de la gente, más aún cuando se trata de lucrar. Esa época no fue la excepción, ya que un grupo de personas dedicadas a destilar y vender bebidas alcohólicas ilegales, los llamados “moonshiners”, tenían dentro de sus tácticas para evadir la acción de la justicia, engaños dignos de una historieta. Uno de ellos fue el diseño de zapatos que al caminar dejaban marcada la pezuña de una vaca para generar confusión.
Una bandera moral dio sustento a una solución que quedó etiquetada en la historia como un fracaso; que terminó por ocasionar más daños que beneficios a la población. Bandera que hoy no es ajena, ya que se siguen escuchando soluciones públicas con base en una moralidad que se cree “la correcta” para prohibir, por ejemplo, la aspiración a una mejor calidad de vida que no dependa de dádivas políticas. Pero que ha incentivando, como en otra época, la creatividad de la gente para evadir responsabilidades ante la justicia a través de engaños también dignos de una historieta, dejando marcada la huella de una supuesta honestidad, como decir que vamos bien y yo tengo otros datos, festejar el ingreso de remesas que envía la gente para apoyar a sus familias como si se tratara de ingresos del Estado, o que el país es más seguro con abrazos, desestimando así consecuencias de pobreza, corrupción y violencia. Un periodo que durará dolorosos años, hasta que, como en la época de la prohibición, llegue el grupo que se encargará de corregir el rumbo de decisiones que están dañando a un país.
Ricardo Corona