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Secuestro de un bebé... que tuvo un final feliz

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  • Raúl Martínez

El robo de infantes es una infamia que a menudo sucede y que por la magnitud de la agresión hace llorar y sufrir no solo a los padres de la víctima, sino también a los familiares. En Monterrey y su área metropolitana han sucedido raptos de niños que sin duda provocan angustia y consternación, pero nunca al grado como el que acaba de suceder hace pocos días en San Nicolás.

En ese municipio, un michoacano de 52 años, de nombre Mario, enfurecido porque su amante Abigaíl, de 17, lo abandonó y se negó a regresar con él, se vengó de la manera más atroz.

La madrugada del sábado 10 de agosto se introdujo a la casa de Óscar Uriel Martínez, de 20 años, quien era hermano de su ex amante y a martillazos lo asesinó mientras dormía.

Después maniató con cinta a la esposa de su víctima y se llevó al bebé Decker Alexander, de tres meses de nacido.

La Policía buscó a Mario durante cuatro días. Cuando fue aprehendido confesó que también le había dado muerte al pequeño.

Sin duda que el rapto y asesinato de Decker es uno de los hechos más bestiales que han sucedido en nuestra ciudad.

Este caso, aunque no con las mismas dimensiones de maldad, nos conduce a otros robos de infantes, como el que sucedió en octubre del 2009, también en San Nicolás.

La historia de esta ignominia inició cuando una mujer de 38 años, de nombre María Victoria Quezada, madre de cuatro hijos, estaba feliz porque se había vuelto a embarazar y emocionada se lo comunicó a su pareja.

Aunque la situación económica no era nada buena, se alegraron y lo festejaron.

Dos meses después, María Victoria involuntariamente abortó. Por extrañas razones no se lo dijo a nadie. Ella, en su retorcida mente, había fraguado un plan para tener a ese hijo aun sin estar embarazada.

Desde ese momento comenzó a planear su infamia que consistía en robarse una criatura en el Hospital Metropolitano. Le sería fácil.

Tenía la ventaja que por haber estado hospitalizada en varias ocasiones había hecho amistad con enfermeras, afanadoras y guardias.

Un día antes de que se cumplieran los nueve meses, en el Hospital Metropolitano, Anahí Patricia Dávila, de 20 años, había dado a luz a una hermosa bebita.

Ella y su esposo Pedro Carrizales estaban felices con la llegada de Amanda Selena, nombre que ya le tenía reservado desde el día que supieron que iba a ser niña.

Horas más tarde, cuando Anahí se encontraba sola, le llevaron a Amandita para que la amamantara.

Junto con la enfermera entró María Victoria y sonriendo la saludó. Anahí creyó que era una trabajadora del hospital y con amabilidad respondió a su atención.

Anahí emocionada tomó a su bebita en brazos y se acomodó para alimentarla. La enfermera se fue. María Victoria sin dejar de sonreír le hizo plática.

Luego de unos minutos, Anahí sintió deseos de ir al baño y confiada se la encargó a la desconocida.

María Victoria aprovechó ese momento para cometer su infamia que durante siete meses había planeado.

Con rápidos movimientos metió a la recién nacida a una pañalera, salió del cuarto y se perdió entre la gente.

Cuando Anahí regresó, la mujer ya no estaba. Tampoco su hijita. Aterrada y sin darle importancia a sus dolores de parto corrió al pasillo y gritó que se habían llevado a su bebita.

Anahí le preguntó a la enfermera que si la mujer que entró con ella al cuarto era trabajadora, porque ella se la había llevado.

La enfermera dijo que la desconocida le había dicho que era su amiga y que por eso la dejó entrar.

No había duda, era una robachicos. Enfermeras, guardias y todo el personal del hospital trataron de alcanzarla. Todo fue inútil. Amandita había desaparecido.

El director del Hospital Metropolitano hizo la denuncia y los padres de Amandita, llorando, pedían que les devolvieran a su hijita.

El director de la Policía Ministerial, Miguel Ángel Rivera, dispuso de varios elementos para buscar a la robachicos.

En pocas horas, los medios informativos dieron la terrible noticia. Apareció la foto de Amandita de apenas 36 horas de nacida y también de la robachicos cuando salía del hospital con la pañalera.

La buscaron en terminales de autobuses. Los telediarios a cada momento daban la noticia. Pedían la colaboración de la gente para que si veían a la malvada mujer, la denunciaran.

Fueron días de angustia. Anahí y Pedro no dejaban de llorar. Pedían que les devolvieran a su bebita. El procurador y el jefe de la Policía ofrecieron una recompensa de 100 mil pesos.

La sociedad regia también sufría por Amandita. Cinco días después la Policía recibió una llamada. La persona se identificó.

Les dijo que una vecina le había dicho que acababa de tener una bebé, pero que nunca la vio embarazada, que además se parecía a la foto que difundían en los noticieros. Les dio la dirección.

En pocos minutos, policías ministeriales comandados por Florentino Martínez llegaron al domicilio señalado. Ahí estaba la robachicos cargando a Amandita. Su pareja y demás familia se sorprendieron.

Con el terror reflejado en su rostro les entregó a la bebé. Cuando su marido preguntó por qué se la llevaban, María Victoria con la cabeza gacha dijo: “No es mi hija. La robé”.

Pocas horas después Anahí y Pedro se trasladaron al edificio de la AEI y llorando de felicidad recibieron en sus brazos a su pequeña Amandita. La pesadilla había terminado.

Pero no para María Victoria, la robachicos, quien en su declaración dijo que lo hizo porque quería darle a su nuevo marido un hijo, para que nunca la dejara.

Sentenciada a 50 años de cárcel, María Victoria lo perdió todo. Tendrá el resto de su vida para reflexionar en la torpeza que la tiene tras las rejas... sin pareja, sin futuro, sin nada.

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