Sociedad

Con su bisturí dio muerte al mancebo que tanto amó (I)

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  • Raúl Martínez

La mano diestra del médico que aquel día usaba el bisturí, ejecutaba trazos perfectos y seguros sobre la piel de un muchacho de 20 años.

Sería la última vez que vería completo el cuerpo que tantas veces tuvo en su lecho, porque la primera incisión había sido en el cuello de su amado mancebo.

Si la ira no fuera la reina de aquella terrible escena, bien podría haber sido una clase de anatomía forense con cortes perfectos en cada articulación del cuerpo.

Alfredo Ballí Treviño, médico de apenas 28 años de edad, estaba sorprendido de sí mismo. Cuanto mayor era su coraje, más crecía su destreza con su instrumento quirúrgico.

Para el joven profesionista, el tiempo se había detenido. Sin embargo, su destreza seguía imperando y sin tocar los huesos de su víctima continuó con su sanguinaria tarea.

El próximo 8 de octubre se cumplirán 60 años de que la sociedad nuevoleonesa se estremeció al enterarse sobre el horrendo crimen que había cometido aquel joven médico.

El horror que causó el homicidio no solo fue por la saña demencial que utilizó en contra de su víctima, sino también porque entre ellos había una relación sentimental.

Ballí Treviño nunca sabría que su estilizada manera, si cabe decirlo así, de deshacerse del cuerpo de su víctima, inspiraría años después para la creación de un personaje de película de fama mundial.

Describir la acción delictiva sería un tanto censurable, sin embargo, es importante decir que el homicida conjugó en su mente la pasión con el odio, la ira con el sadismo, la locura con el placer y la paciencia con su conocimiento anatómico.

Sí, el hombre que al recibir su título de médico había jurado salvar vidas, una deuda económica no solo desató su furia, sino también acabó con la vida de su joven amante.

Cuando el doctor Alfredo Ballí Treviño fue presentado ante la justicia, abogados, detectives y reporteros se sorprendieron un poco por la forma tan correcta y amable en que los saludó.

Aunque iba esposado y resguardado por dos policías, no fue obstáculo para que fuera cordial. Le dijeron que se sentara en el banquillo de los acusados y así lo hizo.

Luego de decir sus generales, sin reflejar temor alguno y erguido en su forma de sentarse, comenzó a responder todas las preguntas que los criminólogos y reporteros le hicieron.

Sin muestras de arrepentimiento y con palabras fluidas, fue detallando paso por paso la forma en que dio muerte al estudiante de Medicina Jesús Castillo Rangel, de 20 años.

También relató el motivo que tuvo para segarle la vida, pese a la relación amorosa que ambos sostenían. Toda su declaración fue asentada en libros del Ministerio Público.

El 9 de octubre de 1959, un día después del homicidio, los periódicos de la localidad y las estaciones de radio Estrellas de Oro, ahora Multimedio Radio, difundieron la noticia sobre el horrendo crimen.

La sociedad regiomontana se estremeció por la forma tan cruel en que había sido cometido el crimen y también porque el autor era un médico.

Como era de suponerse, Alfredo Ballí fue atacado por la sociedad, quien lo llamó monstruo, sádico, loco, maniático, pervertido y hasta degenerado.

También los representantes de la justicia buscaban calificativos para señalar la crueldad del doctor, pero titubeaban porque Ballí era coherente, afable y gentil.

No tenía los rasgos de un criminal, ni reflejaba en su comportamiento algún trastorno psicológico que lo condujera a fingir su personalidad. Era un homicida decente, aunque suene contradictorio.

Pero por la magnitud de su crimen fue sentenciado a la pena de muerte. La noticia sobre la pena capital que le habían otorgado al doctor Ballí causó más impactó a la sociedad. Nadie podía creer que en Monterrey estuviera implantada la pena de muerte.

Hubo muchos que aplaudieron la condena y otros más que se opusieron. La justicia por su parte elaboró su dictamen y corroboró la sentencia.

Las noticia sobre la pena de muerte de Ballí provocó un escándalo nacional y hasta traspasó las fronteras. Nadie se atrevía a decirlo, pero en el fondo su sentencia seguramente estaba sesgada por la homofobia.

Sin embargo, las leyes que regían todavía en la década de los sesenta fueron modificadas y se anuló la pena de muerte.

Bien se puede decir que el doctor Ballí fue el último hombre a quien se le condenó a muerte. El beneficio que obtuvo le fue muy favorable. Solo lo sentenciaron a 20 años de prisión.

Desde el primer día que Ballí fue huésped del penal del Topo Chico, tanto reclusos como custodios querían verlo de cerca y comprobar si realmente era un demente.

Pero se toparon con un reo cordial, respetuoso y muy servicial. En todo se acomedía y en nada se negaba, aun y cuando algunos reos violentos trataron de humillarlo.

Con sumisión hacía los trabajos que le indicaban: lavó baños, barrió y trapeó pisos. Pero por su don de gente se fue ganando el afecto de los demás presos.

Ayudaba a los presos enfermos. Él mismo acudía a la enfermería del penal para que le proporcionaran los medicamentos que necesitaba.

Cuando había pleitos y algunos reclusos resultaban heridos, aun carente de utensilios médicos, los atendía y hasta hacía vendas con su misma ropa.

Pero no solo curaba enfermos, también les daba pláticas, les hablaba de historia, de personajes, y sin proponérselo fue por todos respetado, incluso por los reos más temibles.

De lo que nunca habló en el penal fue de su crimen. Tal parecía que su intención era olvidar que sus diestras manos de médico cirujano estaban manchadas de sangre.

Sin expresarlo y con resignación trató de expiar sus culpas en el penal sirviendo a quien lo necesitara...


ESTA HISTORIA CONTINUARÁ

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