No hay que ser injustos. Es cierto que la responsabilidad de un director técnico en un equipo o en una selección nacional es muy importante. Pero no todo lo que sucede, ni en las buenas ni en las malas, se le puede achacar a quien se desempeña en este rol.
No me desdigo respecto a lo que escribí ayer. No veo aportes sustanciales de Gerardo Tata Martino al equipo nacional. No se nota que el Tri tenga como cabeza a un personaje con su experiencia, un hombre que dirigió al FC Barcelona de Lionel Messi. Y no se ve cómo pueda enderezar el rumbo de un barco que va a pique.
Pero tampoco veo aportes reales y efectivos de ninguna de las consideradas figuras del equipo. Bueno, sí, de uno solo: el portero Guillermo Ochoa, de actuación regular y extraordinaria, con paradas y salvadas increíbles que evitan derrotas.
Fuera del experimentado guardameta hagamos un repaso y veremos el pobre desempeño de los jugadores que deberían de echarse encima. Empecemos por Raúl Jiménez, el goleador. No es el mismo de aquel que brillaba en la Premier League inglesa hasta antes de sufrir una fractura en su cráneo. Pese a que lleva ya meses en actividad ha perdido gol, inventiva, precisión.
Jesús Corona, el habilidoso extremo que ahora juega en el Sevilla, sigue sin pesar. Parece desconcentrado, privilegiando el juego vistoso por encima del efectivo. Pareciera que sale a jugar su propia fiesta y no una de carácter colectivo.
Hirving Lozano, delantero del Nápoles de la Liga italiana, está lesionado. Pero cuando juega es más fácil que lo tiren al piso con faltas dada su fragilidad, que a que construya jugadas que se conviertan en gol.
Y así podemos seguir línea por línea que no vamos a encontrar ningún desempeño individual destacado: Luis Romo, Uriel Antuna, Sebastián Córdova, Alexis Vega, que se perfilaban como la generación del recambio, son figuras fantasmales.
Urge una sacudida en la Selección Nacional.
Rafael Ocampo