Es evidente que, al menos hasta el momento, el problema de la Selección Mexicana de Futbol no pasa por los resultados. Dos triunfos (ante República Dominicana y Surinam) y un empate (ante Costa Rica) en la primera fase de la Copa Oro le dieron el primer lugar de su grupo.
En la ronda de cuartos de final mereció el triunfo por 2-0 ante su similar de Arabia Saudita y su siguiente rival, ya en semifinales, parece accesible: el combinado de Honduras.
Si todo sale como se desea, el equipo que dirige Javier Aguirre estará en la Final de este certamen ante el ganador de la serie entre los Estados Unidos y Guatemala. Y sin demasiados problemas, con el nivel que exhibe, puede levantar el trofeo.
Por esto digo que el problema no pasa por los resultados. Todo pasa por el rendimiento colectivo, que es muy pobre y por el desempeño individual que es paupérrimo, entendiendo que esta palabra significa alertas rojas en este deporte.
No hay un jugador de los que ha puesto Aguirre en este torneo, de titulares o entrando de cambio, que no haya expuesto de forma tan diáfana como le demuestran las imágenes sus limitaciones.
Y en el futbol que marcan nuestros tiempos la calidad individual es lo que termina por determinar los alcances de un colectivo.
El Piojo Alvarado recepciona mal un balón, éste se le adelanta y eso permite que el defensor rival le quite toda opción; Santi Giménez se perfila de forma no apropiada y cuando quiere poner la pelota en su zurda ya tiene encima a uno o dos rivales; Alexis Vega se excede en la conducción del balón; Malagón mide mal un centro que sale a cortar y el balón termina en propiedad del atacante enemigo; y así con todos: Araujo, Lira, Álvarez, Jiménez, Vázquez, Chávez, Rodríguez, Montes, Gallardo, Ruiz, Pineda, Quiñones. El que ponga Aguirre.
No hay un jugador en la Selección Mexicana de Futbol que genere y encadene un juego virtuoso que se convierta en una rítmica sucesión de acciones de peligro en la meta rival.